Hemos descubierto demasiado tarde que los recursos no son inagotables. La naturaleza no es el Cuerno de la abundancia.
En verano la escasez de agua se convierte en un problema acuciante. La lluvia no llega con la abundancia necesaria. Las reservas de la capa freática se agotan. Muchos embalses ofrecen un espectáculo dantesco. Pueblos sumergidos emergen ante nuestros ojos en medio de la nada. Lo que antes era un lago, ahora es un sequedal.
Para eludir nuestra responsabilidad, podemos achacar al capricho de la meteorología la causa de tamaño desastre. En realidad, el planeta desfallece porque los seres humanos hemos abandonado los ideales que nos definen y preferimos ser una especie depredadora. Con nuestra desidia provocamos un cataclismo sin parangón.
Mientras las reservas de agua potable disminuyen progresivamente, su consumo aumenta de manera descontrolada. Los más privilegiados gozan del derecho al despilfarro y una gran parte de la población del planeta tiene restringido el acceso a un bien indispensable. Las piscinas, los campos de golf, los lagos artificiales o las fuentes monumentales contrastan con los eriales que se expanden por zonas hasta ahora de clima templado.
Mientras las reservas de agua potable disminuyen progresivamente, su consumo aumenta de manera descontrolada.
Poco le importa a quien goza de las ventajas del agua corriente la precariedad de quienes se ven obligados a realizar largas marchas para conseguir llenar un cacharro con agua casi potable. Ahora bien, si los desiertos amplían sus fronteras, las puertas de los palacios no conseguirán detener su avance.
Hemos descubierto demasiado tarde que los recursos no son inagotables. La naturaleza no es el Cuerno de la abundancia. El consumo tiene que ser responsable o, de lo contrario, daremos al traste con un mundo que pudiera ser casi paradisíaco.
Es posible que la sequía de muestras tierras tenga su paralelo en la sequedad de nuestra vida interior o en la aridez espiritual de nuestra sociedad. Igual las circunstancias nos están invitando a adentrarnos en la profundidad de nuestra condición humana y descubrir esa fuente de la que nos habla el Evangelio (Jn 7, 38). Una fuente capaz de renovar con agua viva nuestra dimensión espiritual y, a la vez, de hacernos asumir nuestra responsabilidad frente a los retos de un mundo que nos reclama, como nunca antes, reconciliarnos con la Creación.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.