El domingo, cuarto del tiempo Pascual, se motiva la oración por las vocaciones sacerdotales. Cristo, el Buen Pastor, vino a dar vida eterna a sus ovejas a través de su muerte y resurrección. Cristo nunca dejará de ser nuestro Buen Pastor y siempre nos alimentará con los buenos pastos de su Palabra y de su Carne y Sangre.
Hermanos en Jesucristo:
El Señor ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28,20), y que nadie ni nada podrá destruir la Iglesia, fundada sobre la piedra de Pedro (Mt 16,18). Por el poder de Cristo y la asistencia del Espíritu Santo, la Iglesia no puede fallar en la misión de anunciar fiel e infaliblemente la divina Revelación y de hacer presente la gracia de Cristo a través de los Sacramentos. Por sobre todo se destaca la Eucaristía, que es Cristo mismo. Ella ocupa el lugar más importante en la constitución de la Iglesia.
En efecto, la Eucaristía es Cristo presente de un modo real, verdadero y sustancial bajo las apariencias de pan y vino. Por eso pudo escribir Pablo: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Cor 10,16-17).
Cristo quiso que la Iglesia viviese de la Eucaristía, precisamente porque es Él mismo. Para que en la Iglesia se asegurara la Eucaristía, Cristo instituyó el sacerdocio ordenado, cuando dijo a sus Apóstoles en la Última Cena: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19).
Cristo quiere que siempre haya sacerdotes y nunca permitirá que falten. Él nos dice: “La mies es mucha, y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2). Insistamos en nuestra oración para que el Señor suscite en su Iglesia muchas vocaciones sacerdotales.
Si un joven se decide a elegir a Cristo como a su mejor Amigo, verá que es el único que nunca falla. Hay que entrar en la intimidad de Jesús con la oración, conocerlo escuchándolo hablar y actuar en su Evangelio, recibir su amor en la comunión eucarística dominical y en la confesión sacramental frecuente. Hay que dejarse amar por Él, entregarle la vida. Y si un joven escucha que Jesús lo llama para ser sacerdote, no dude en decirle sí. Será muy feliz.
Pidamos por las vocaciones, diciendo: “Buen Pastor, Señor Jesucristo, que sientes compasión al ver a las muchedumbres como ovejas sin Pastor, te pedimos que envíes a tu Iglesia sacerdotes según tu Corazón, que nos alimenten con el pan de la Palabra y la mesa de tu Cuerpo y Sangre”.
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Fuente: Comunicaciones Villarrica, www.iglesia.cl