Siria: El último fracaso de la Casa Blanca en Medio Oriente

Siete años de guerra combatida, 500 mil muertos, millones de desplazados y la destrucción de un país, no tiene ningún resultado político.

El fracaso de la guerra como herramienta, en particular para la continuación de la globalización con otros medios (para parafrasear una expresión de von Clausewitz) y la persecución de objetivos políticos, se está demostrando ante el fracaso de la estrategia bélica de los Estados Unidos en Afganistán, Irak y ahora Siria.

La lucha contra el terrorismo comenzada en 2001 en los dos primeros países, ha dejado un saldo negativo de muertos, cientos de miles entre civiles, y caos a nivel político. Han pasado 17 años y los talibanes manejan en Afganistán más territorio que antes. En Irak, y también entre los afganos, estamos lejos de la pacificación. Los Estados Unidos han dejado sobre el terreno unos 7 mil muertos, varias decenas de miles de heridos y varias decenas de miles con secuelas psicológicas importantes. La tasa de suicidio entre los veteranos de esos dos países, en algunos momentos, llegó a una quincena por día.

Siria es el fracaso más reciente y más estruendoso. El involucramiento de Washington para derrocar al presidente sirio Bashar al-Ásad, tiene su explicación en el intento de rediseñar el mapa de Medio Oriente en beneficio de los objetivos de Arabia Saudita y las monarquías del Golfo, el de la seguridad de Israel y el inevitable tema del flujo de petróleo y gas de la región. Los mails interceptados por WikiLeaks a la jefa de la diplomacia del presidente Obama, Hillary Clinton, revelaron en 2015 que la razón no eran los derechos humanos ni la democracia: “Es la relación estratégica entre Irán y el régimen de Bashar al-Ásad en Siria, que hace posible para Irán amenazar la seguridad de Israel —no por intermedio de un ataque directo, que en los treinta años de hostilidad entre Irán e Israel nunca se ha verificado, sino a través de Líbano, a través de Hezbolah, que es sostenido, armado y adiestrado por Irán por intermedio de Siria—. El fin del régimen de al-Ásad sería la conclusión de esta alianza peligrosa”.

Cabe acotar que la amenaza iraní contra Israel, en realidad, debe leerse como patrocinio de la causa palestina, ante la vocación del gobierno de Israel de limitar la oposición —incluso a nivel regional— a su política de abuso sistemático contra esta componente de su población y la ilegal ocupación de los territorios palestinos. Política reforzada por un notable aparato bélico, que incluye la presencia de armas nucleares.

El apoyo a la política belicista, tanto de las monarquías del Golfo que quieren evitar una consolidación de las regiones chiitas en Medio Oriente, como del gobierno conservador de Israel, ha llevado al actual fracaso que está terminando con resultados imprevistos: Donald Trump anunció hace tiempo el retiro próximo de Estados Unidos de Siria, lo que supone ser reemplazado por Rusia como garante de equilibrios en la región. Tanto es así que, con cada vez más frecuencia, el interlocutor tanto de israelíes como de sauditas está siendo el presidente Vladimir Putin. Por otro lado, la derrota militar trae aparejado el desprestigio de Occidente, que quiso confiar el trabajo sucio en Siria de derrocar al gobierno, a grupos terroristas, particularmente Al Qaeda y el Isis, autores o auspiciadores de sangrientos atentados cometidos en Europa.

Finalmente, el fracaso de esta política, contempla también el resultado inesperado de haber fortalecido Hezboláh, que en el conflicto ha podido desarrollar una mayor eficacia militar y política, habiéndose transformado de guerrilla paramilitar en ejército semi legitimado del Líbano, además de una suerte de tropas de elite, hoy con mayor poder de disuasión ante los intentos de Israel de controlar el vecino Líbano. El respaldo incluso electoral conseguido, lo confirma como una realidad política consolidada.

La Casa Blanca ha perdido en la región la capacidad de influir de antaño. Y el fracaso de sus intervenciones indica que el gran poderío militar no se acompaña de la capacidad política de manejarlos, acaso porque las motivaciones ya no convencen a nadie y resulta cada vez más complicado explicar —sin recurrir a burdas manipulaciones— por qué motivo soldados estadounidenses deben ir a morir tan lejos de casa. De ahí la necesidad de combatir en Siria por procura, recurriendo a la única mano de obra disponible: terroristas fanatizados y mercenarios.

Los analistas no se atreven a afirmar lo que es ya evidente, para evitar la acusación de ser antipatriotas, en un contexto donde abundan las simplificaciones y el desconocimiento de lo que ocurre fuera de las fronteras domésticas. Pero ya en el nivel diplomático, normalmente bien informado, solo no lo verá quien no quiera verlo.

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Fuente: http://ciudadnueva.com.ar

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