Con mucha frecuencia las decisiones que nos conducen por el camino del bien son cuesta arriba, desafiantes, contraculturales y nos hacen experimentar la soledad.
Muchas de las clases del colegio o de la universidad caen en el olvido y no logran esquivar la monotonía, el peso de la rutina. Sin embargo, de vez en cuando algún profesor o algún tema logran quebrar esta inercia. Esto me ocurrió en una clase de filosofía cuando el docente explicaba la definición de “bien moral”. Esta refiere a todo aquello que promueve al ser humano en cuanto tal. A pesar de su brevedad y simpleza, esta me impactó porque pude captar la importancia y profundidad que subyace en ella.
A mi entender, en la actualidad existe una profunda confusión sobre tan importante concepto. El “buen rollismo”, el libertinaje de opinión —distinto a la libertad de expresión—, la incapacidad para fijar límites, el consumismo existencial, la idolatría al cuerpo, la renuncia al esfuerzo, la absolutización de la diversidad son algunas de las amenazas que ponen en riesgo el sentido de dicha definición.
De fondo existe un engaño: pensar que todo esto no tiene costos, que podemos apoyar, sostener aquellas banderas sin que esto repercuta en nuestro día a día. Pero he aquí el punto que quisiera advertir: esto se paga. Hay cada vez más personas enfadadas, más inestables en sus proyectos de fondo, con relaciones banales, ahogadas por el sinsentido, con dificultades para trascender la cotidianeidad y vislumbrar un horizonte largo y profundo.
Hay cada vez más personas enfadadas, más inestables en sus proyectos de fondo, con relaciones banales, ahogadas por el sinsentido…
En la vida, tarde o temprano, debemos enfrentarnos a encrucijadas existenciales. Allí se nos suelen presentar alternativas diversas que nos llevan por distintos caminos y que tienen un coste de decisión diferente. Con mucha frecuencia las decisiones que nos conducen por el camino del bien son cuesta arriba, desafiantes, contraculturales y nos hacen experimentar la soledad. Aun con este precio elevado, vale la pena seguir quemando naves en aras del bien, porque en última instancia este vence al mal y porque la época que nos toca vivir está ávida, tiene cada vez más hambre de este valor trascendente y divino.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.