La sobreprotección agobia, hace sufrir inútilmente.
Presumimos que la decisión de la autoridad de decretar cuarentena para los mayores de 75 es razonable. La situación es catastrófica. Los mayores de edad tienen más posibilidades de contagiarse el virus.
Pero, ¿anima al decreto el deseo de cuidar a los viejos? Si este es el caso, no termino de ver por qué la prohibición. Solo la entiendo si se trata de evitar un aumento de las demandas de auxilio, habiendo pocos medios médicos de cuidado y de cura. Las camas, los respiradores y, sobre todo, el personal de la salud en peligro de contagiarse y morir por atender a los enfermos, son limitados.
Aun así, pido que se considere lo siguiente.
Es triste llegar a viejos. Es verdad que las situaciones pueden ser muy distintas. Hay mayores felices. Los que no lo son, además de acarrear con los errores de la vida propios y ajenos, a menudo viven afligidos por la soledad, por la pobreza, por la ignorancia progresiva en la sociedad de los conocimientos y, en algunos casos, por la vergüenza de los pañales y demases. Hoy, cuando la vida se alarga fácilmente a los 90 y los 100, sus condiciones después de los 70 son muy distintas a las de épocas anteriores.
Las actuales circunstancias han agravado el penar de los viejos. Más de alguno se habrá preguntado si volverá algún día a ver el mar. ¿A irse de paseo al campo? ¿A alguno de los cajones cordilleranos? No sería raro que una abuela mantenga la ilusión de un nuevo romance. ¿Por qué no? Pero, ¿por Zoom? ¿Qué panorama puede ser para los abuelos pasar el resto de la vida jugando canasta? Siendo que, por otra parte, una de las recomendaciones médicas más importantes es que hagan ejercicio, suelten las piernas, se cansen un poco.
El momento actual es aún más exasperante para los adultos que, superando los 75, están en óptimas condiciones físicas e intelectuales, algunos como no lo habían estado nunca, para trabajar y trasmitir a los demás una experiencia invaluable. Una persona que lamentablemente ha tenido que trabajar desde los doce años con una pala y cargando sacos, a los 60 suele estar destruida. Pero los que no, los que han tenido la dicha de llegar rozagantes a los 80, deben estar airados contra la medida del gobierno. Aún tienen mucho que aportar, y que gozar. Aunque no fuera así, creen tener un derecho, si no legal, moral, a decidir qué riesgos quieren correr. ¿Que se van a morir? Claro que lo saben. Todos tenemos los años, los meses, los días, las horas y los minutos contados.
La prohibición comentada no se justifica como protección de los viejos. Es verdad que a ancianos con demencia senil es necesario impedirles algunos movimientos, cerrarles la puerta con llave para que no se arranquen de la casa, etc. A otros urge quitarles las llaves del auto. Pero para esto están sus familiares o las auxiliares del hogar. La sobreprotección para los demás casos, en realidad, para todos los casos, agobia, hace sufrir inútilmente.
Por cierto, hay mayores que igual salen. Algunos, suponemos, se escapan. Dan una vuelta a la manzana, se fuman un pucho al aire libre, vuelven. Otros necesitan salir por cuestión de sobrevivencia. A cada rato la televisión entrevista personas mayores que van a comprar verduras a la feria, a comprar un remedio, a buscar una canasta a la capilla o para colaborar en la cocina de la olla común. ¿Algún inspector municipal se atrevería a multar a estos viejos que infringen la ley? Sería absurdo. No lo hacen aunque se trate de un viejo verde.
En suma, no sé exactamente qué debiera estar prohibido por ley. Solo pido que suelten a los viejos apenas se pueda hacerlo.
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