Vivimos tiempos convulsos. Las potencias mundiales se rearman, la guerra continúa a menos de 4.000 kms de Madrid. Miramos a la Iglesia y vemos la división y el ruido que generan por un lado quienes quieren correr demasiado deprisa hacia lo que ellos llaman progreso, y por otro los que anhelan un pasado que nunca vivieron. Nos distraen de la misión que dio Jesús a los primeros apóstoles y discípulos. Como dirían aquellos irreductibles galos, en cualquier momento (¡por Tutatis!) el cielo se desploma sobre nuestras cabezas.
Miramos a la Iglesia y vemos la división y el ruido que generan por un lado quienes quieren correr demasiado deprisa hacia lo que ellos llaman progreso, y por otro los que anhelan un pasado que nunca vivieron.
Algunas veces me sorprendo pensando: ¡Por favor, que pasen ya los diez años siguientes en un abrir y cerrar de ojos! Que la realidad y tamaño institucional de la Iglesia se haya por fin adecuado a las fuerzas y número de los seguidores de Jesús en esta sociedad plural y diversa; que los peligros que nos amenazan se hayan materializado o desaparecido; que el golpeo continuo de las ideologías (me da igual el signo) haya parado un poco… Quizá sea un sueño compartido. Y mientras tanto, ¿qué hacemos?
Me ayuda pensar en la playa. Es uno de los lugares donde más paz encuentro. El que más y el que menos seguro que ha ‘surfeado’ las olas cantábricas, atlánticas o mediterráneas de nuestro país. Yo recuerdo haberlo hecho en la típica tabla de bodyboard que algún familiar me regalara por la primera comunión o mis padres por las notas…
Esta es una opción ante lo que vivimos: surfear y dejarnos llevar por la fuerza de lo que nos rodea tratando de dirigir la tabla para llegar a donde realmente queremos. Pero tienes que ser habilidoso porque ¿quién no ha sido volteado por las olas tras perder el control?
No es la única opción. La otra es sumergirte y contener la respiración en la profundidad donde reina el silencio y el agua se agita sobre nuestras cabezas. Visitar los claustros interiores donde encuentras la paz y el recogimiento.
Piensa qué te ayuda más en cada momento. Lo único cierto es que no nos podemos salir del agua.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.