“Ellos son los que dan y nosotros los que recibimos”. María Torres cita a un colega para describir su relación con los desplazados forzosos: un intercambio mutuo de confianza, amistad y esperanza.
Originaria de Guatemala, María lleva años trabajando con refugiados, solicitantes de asilo y migrantes en Estados Unidos. Al principio, admite, pensaba que los refugiados “quizá estaban destruidos o dañados”. En cambio, pronto descubrió que son “tan fuertes, tan inspiradores”.
Psicóloga, antropóloga y doctora en Salud Interdisciplinaria, María se unió al Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en noviembre de 2020. Actualmente trabaja como directora de Programas Nacionales, supervisando proyectos de Salud mental y apoyo psicosocial e implementando actividades.
TRABAJANDO A TRAVÉS DE LA FRONTERA
Estados Unidos y México comparten una frontera de más de tres mil kilómetros. El Paso, Tejas, donde trabaja María, es uno de los puntos de entrada más transitados, especialmente por peatones. Las personas que llegan actualmente a El Paso cruzaron gran parte del continente americano buscando protección frente a conflictos, violencia, violaciones de los derechos humanos, persecución y desastres naturales.
En 2020, la pandemia cambió radicalmente el trabajo del JRS en la zona. En marzo, el Gobierno de Estados Unidos aprobó el Título 42, una norma de salud pública destinada a detener la propagación del COVID-19. Su aplicación acabó provocando que casi nadie cruzara la frontera y solicitara asilo.
“Tuvimos un gran número de personas que se quedaron en el lado mexicano, esperando a que cambiara la situación, o personas que intentaron entrar en Estados Unidos, pero debido a la política, fueron expulsadas inmediatamente”, recuerda María.
Para atender mejor a las personas en movimiento, el JRS empezó a trabajar a través de la frontera entre El Paso (Estados Unidos) y Ciudad Juárez (México), donde los expulsados o a los que se denegaba la entrada se quedaban esperando. Mientras la situación se desarrolla, con la orden de un juez federal de bloquear la política retrasada por la administración Biden, los solicitantes de asilo siguen necesitando ayuda.
ENCONTRAR LA RESILIENCIA
Para ayudar a las familias y personas desamparadas, María trabaja en refugios del lado mexicano de la frontera. Organiza actividades psicosociales y de salud mental, así como actividades recreativas para grupos, intentando alegrarles el día. También apoya a individuos mediante “conversaciones individuales”.
Para ayudar a las familias y personas desamparadas, María trabaja en refugios del lado mexicano de la frontera.
Gracias a sus estudios y a su experiencia, María sabe traducir las herramientas de la psicología clínica en otras culturalmente apropiadas. “Hay mucho estigma sobre la salud mental en todas partes”, admite. En lugar de etiquetar su trabajo como psicóloga, pregunta a las personas cómo se sienten, qué necesitan, y les ayuda a entender sus emociones y pensamientos.
El interés personal y profesional de María se centra en la resiliencia y el bienestar mental en los desplazamientos: “He aprendido por experiencia que hay mucho de eso”, afirma. María ha observado que reconocer lo positivo puede ser una herramienta eficaz de empoderamiento. Su trabajo, por tanto, consiste en “identificar y destacar los puntos fuertes y la capacidad de recuperación” de las personas con las que se encuentra.
“No intento ignorar las circunstancias”, explica María, “todas las heridas que llevan, todos los problemas a los que se han enfrentado, o la injusticia y la desigualdad”. Y, sin embargo, también quiere que vean “lo mucho que pueden dar y lo mucho que pueden superar”. Centrarse en esto ayuda a los desplazados forzosos a reconocer su propia fuerza y a encontrar nuevas esperanzas para el futuro.
TESTIMONIO DE ESPERANZA
Los desplazados forzosos tienen sueños y esperanzas como todos los demás. María lo sabe bien: cuando prepara una actividad, la gente la espera con impaciencia y tiene ganas de pasar tiempo con ella; eso, a sus ojos, es esperanza.
Sin embargo, en el desplazamiento a menudo se esconde la esperanza. María recuerda a un hombre que conoció en uno de los refugios. Un día, tras una actividad de grupo, el hombre se le acercó y le dijo que estaba muy agradecido, porque hacía semanas que no se reía. Como era el único haitiano en el refugio, sufría la barrera del idioma y se sentía muy solo.
“Como nos lo pasamos tan bien con la actividad que organizaste y noto la diferencia, quería hablar contigo”, le dijo. Entonces, se sinceró y le contó a María su viaje. En la selva le habían agredido, pero nunca se lo había contado a nadie.
Ese primer encuentro conmovió a María. No dejaba de pensar en lo poco que le había dado: una risa. Y, sin embargo, esa risa se había convertido en confianza y esperanza para ambos. El episodio sigue recordándole que cada pequeño gesto importa, porque “nunca sabes la diferencia que puedes marcar”.
En el desplazamiento, es fácil perder de vista la esperanza. Sin embargo, los sueños de los desplazados forzosos ―seguridad, una vida mejor, el futuro de sus hijos― son lo que les mantiene esperanzados. El trabajo de María consiste en sacar a la luz esos sueños, para que puedan seguir teniendo esperanza en un futuro mejor.
Fuente: https://jrs.net/es / Imagen: Servicio Jesuita a Refugiados.