El siglo pasado estuvo plagado de discursos y acciones autocráticas que pretendieron erigirse por encima de los valores democráticos, pero que vieron frenados sus impulsos por las fuerzas institucionales y la cultura democrática prevaleciente en la mayoría de los países.
La historia de la humanidad ha sido testigo de los actos más crueles y sanguinarios ejecutados por dictadores, en diversas partes del mundo. Por definición, los tiranos son gobernantes que asumen todos los poderes del Estado, ajenos a cualquier control constitucional o legislativo. El siglo pasado estuvo plagado de discursos y acciones autocráticas que pretendieron erigirse por encima de los valores democráticos, pero que vieron frenados sus impulsos por las fuerzas institucionales y la cultura democrática prevaleciente en la mayoría de los países. Las perturbaciones y trastornos conductuales de los autócratas son tan frecuentes y variados que sería imposible agruparlos en una sola categoría, de allí que valga la pena conocer algunas caracterizaciones efectuadas por especialistas.
James Fallon, neurocientífico de la Universidad de California, dice que “los dictadores son carismáticos, mentirosos, manipuladores, de excelente memoria, abusivos y simuladores”. Según su criterio, la mente de los dictadores tiene más inclinación a odiar que a matar. Por eso no siempre son asesinos en serie. Afortunadamente, “solo una persona de cada 50 mil reúne este tipo de características. Estas personas sufren un desajuste cerebral, tienen la amígdala subdesarrollada y esto afecta sus niveles de satisfacción. Padecen una disfunción en la glándula que regula el miedo, la rabia, el historial emocional y el deseo sexual”.
Nassir Ghaemi, director del programa de desórdenes mentales en la Tufts University Medical Center y autor del libro Una locura de primera clase, sostiene que la locura es un factor presente en muchos dirigentes, incluso en los democráticos, por lo que no sería una condición necesaria para la dictadura. Su argumento es que la depresión convierte a los líderes en personas más empáticas y que las manías les hacen más creativos y con más resiliencia. No por ello, sin embargo, les convierte en dictadores.
John Gunther, autor de libros sobre los regímenes totalitarios, afirma que “todos los dictadores son anormales. La mayoría de ellos son neuróticos. Adolf Hitler es el nombre tal vez más citado en la literatura científica. De personalidad bipolar, sufría paranoias y complejos de variada índole, que le llevaron a cometer crímenes atroces, purgas étnicas y que arrastraron su pueblo a guerras suicidas. Es el caso extremo, evidentemente. Pero es común que los dictadores, una vez instalados en el poder, pierdan la cordura”.
En opinión de Richard Ebstein, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, sorprendentemente idéntica al cerebro que tiene cualquier reptil y que empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la auto ubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida. Puede que el cerebro reptil siempre hubiera estado ahí, pero disimulado. Hasta que el político, una vez que se instala en el poder, descubre todo lo que puede hacer con una orden o una firma. Si la persona no está preparada, entonces es solo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes de mando”.
En el siglo XVI, Étienne de la Boétie escribió que los seres humanos tenían una tendencia casi natural a la servidumbre y que esto los llevaba a subordinarse a hombres que a menudo no tenían una personalidad desbordante. “El pueblo sufre el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito. A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación, desconoce el ardor de la batalla, vacila ante la arena del torneo y carece de energía para dirigir a los hombres mediante la fuerza”.
Uno de los padres del psicoanálisis, Carl Jung, dijo lo siguiente: “Los dictadores siguen dos patrones: el de jefe tribal, caso de Mussolini, y el de brujo o chamán, la tipología de Hitler. Creo que es un error pensar que un dictador se convierte en tal por motivos personales, por ejemplo, un trauma paterno que puede haber sufrido cuando era niño. Millones de hombres se han rebelado contra su padre y sin embargo no han llegado a ser dictadores. Los autócratas tienen que encontrar condiciones adecuadas para concretar su obra macabra”.
Según Jung, los diferentes dictadores tienen poco en común. Pero la diferencia no estaría tanto en ellos como entre los pueblos que dominan. Para demostrar su tesis, citó una entrevista que le hiciera el periodista y escritor alemán Emil Ludwig a Benito Mussolini, cuando este se encontraba en la cúspide de su poder. La principal pregunta fue: “¿Un dictador puede ser amado?”. “Sí, siempre y cuando las masas le teman al mismo tiempo. La muchedumbre adora a los hombres fuertes. La muchedumbre es como una mujer”, respondió Mussolini.
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Fuente: https://revistasic.gumilla.org