Todo a su tiempo, nada a la ligera

La invitación es a no perder la esperanza en este momento de dolor, estamos creciendo al tocar la Verdad y dejarnos iluminar por ella.

Acostumbrados a movernos en un mundo donde los acontecimientos pasan demasiado rápido, la tecnología y las redes sociales nos permiten acortar distancias comunicacionales y obtener información en cuestión de segundos. Nos cuesta aceptar que lo que tenga que ver con la vida de las personas, como sus decisiones y procesos, sea lento. Nos gustaría que todo se resolviera rápidamente. Somos organismos vivos y la vida funciona a otro ritmo, nos guste o no. «No el mucho saber harta y satisface al ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente» [EE 2].

Así como restituir la confianza e instaurar la reconciliación son metas a largo plazo, los cambios tampoco se dan en un parpadear de ojos. Se hace necesario tiempo de reflexión, oración y maduración. Así como el grano lanzado a la tierra necesita su tiempo para transformarse en planta y dar su fruto, los procesos humanos llevan tiempo y hay que vivirlos tomando conciencia de las propias necesidades, reconociéndolas, ordenándolas y siendo capaces de reorientar las propias opciones, para humanizar al modo de Jesús.

El momento actual que estamos viviendo como Iglesia nos hace desear que todo sea resuelto y decidido rápidamente, y casi parece que el corazón desea el cambio de inmediato para sentir más tranquilidad, y, por qué no, paz. Ansiamos respuestas y nos llenamos de más preguntas. Sin embargo, sabemos que una buena curación lleva tiempos adecuados para sanar, desinfectar, purificar y restablecer la normalidad, así como también que, muchas veces, las cicatrices permanecen. San Ignacio es ejemplo del tiempo que llevan los procesos humanos, que nada se da velozmente. Demoró en tomar decisiones para fundar la Compañía, fueron años de discernimiento, de cuestionamientos, con acierto y errores. En la Autobiografía, en los números 64 al 70, encontramos a Ignacio detenido por los dominicanos en Salamanca y luego llevado a prisión. Ignacio no se acobarda por la persecución, confiaba, pues conocía a Quien inspiraba tal moción en su corazón. Sabía que era un bien para otros lo que ofrecía. Tenía la certeza de que los Ejercicios Espirituales serían un tesoro del cual muchas personas podrían beneficiarse.

Los años para Ignacio y los demás compañeros, hasta que establece la Compañía, fueron de muchos vaivenes. Sin embargo, lo que predominó siempre fue la opción de ellos por el servicio en las fronteras.

La invitación es a no perder la esperanza en este momento de dolor, estamos creciendo al tocar la Verdad y dejarnos iluminar por ella. No tengamos miedo de interpelarnos, de abrir la razón y el corazón al Dios Encarnado y redescubrir su mirada amorosa y misericordiosa presente en su creación. Para sanar la infección, hay que llegar a la raíz de ella, pues de lo contrario sanamos solo lo superficial y el mal seguirá carcomiendo el interior. No nos apresuremos, encontremos la causa principal porque el mal se vence destruyendo su raíz.

Para llegar hasta la raíz hay que estar dispuestos a recorrer un largo camino y a lograr cambios, no solo de estructura, sino de base. Permitamos que la justicia y la misericordia de Dios sean para todos. Sanemos las necesidades básicas del hombre de hoy para, así, trascenderlas a los valores que nos mueven a humanizar, a ejemplo de Jesucristo.

Como laicos, tenemos una vocación específica: ser agentes de transformación y compromiso, trabajar por la sanación, reconciliación y justicia desde el pequeño espacio que ocupamos en el día a día. Somos parte de una Barca y es de adentro de ella que nos llega una invitación: «Remen mar adentro» (Lucas 5,4). Estamos dentro de la Barca de la Iglesia, somos la Iglesia, Pueblo elegido, con «pasaportes de cristianos adultos» (Carta del Santo Padre al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, mayo 2018) y por esto nos duele, sufrimos la ruptura que tiene muchos matices, nos cuestionamos si vale la pena seguir. ¿En quién confiar? La respuesta aparece en lo profundo del corazón y de la conciencia que fueron tocados porque Quien inspira la barca, Jesucristo. Él, que lleva el timón de la Barca y que es por Quien estamos todos en ella, seguimos en ella, porque Él es la razón de esto.

Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, nos invita a sentir en y con la iglesia. Podemos aprender de su experiencia, él tuvo que aclararse y tomar una determinada postura personal frente a situaciones muy complejas de su época; ellas trasmiten algo de lo vivido, procesado en la propia experiencia, madurado y transformado en objeto de una opción.

San Ignacio de Loyola nos inspira a comprometernos, «como Cristo ama a la Iglesia, debemos amarla nosotros». (EE 352 a 370). Amar la Iglesia de la cual somos parte y que no está sólo compuesta por su jerarquía. Permitamos que el buen Espíritu suscite en nuestros corazones, buenas acciones y juntos nos empeñemos en revitalizar lo que ha querido Cristo para nosotros, dando vida plena a cada persona humana. MSJ

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Fuente: Reflexión publicada en Revista Mensaje N° 672, septiembre 2018.

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