El psicólogo Miguel Espeche analiza los cambios en el modelo de familia tradicional, las aspiraciones que se mantienen, aunque cambien las formas vinculares y los nuevos paradigmas sociales en torno a la concepción de una nueva vida.
¿Por qué cuesta tanto sostener el amor de pareja en el largo plazo? ¿Es un problema de apego, de compromiso?
A diferencia de lo que sucedía varias décadas atrás, hoy está muy en boga la idea de que todo aquello que no tenemos, es algo que nos estamos perdiendo; es casi una ofensa para con nosotros mismos. Uno aprende a convivir con el misterio de la vida, algunas cosas vamos dilucidando de la naturaleza o de Dios, pero también están las voces que dicen que es casi una ofensa, un horror, que no conozcamos más en pleno siglo XXI, y que tenemos que conquistar el misterio, en lugar de abrirnos a ver qué nos dice. Lo mismo nos pasa con la vida marital, donde tener momentos de sinsabor parecen significar momentos de placer que nos estamos perdiendo. Esta visión genera otras maneras de atravesar el sinsabor, y aminora la noción de proceso más desde el fango hacia el cielo que a veces implica una pareja. Por otro lado, esto aparece como una reacción ante un viejo orden —en algunas situaciones aún vigente— donde había muertos vivos casados, una complacencia con eso, una doble vida y ese tipo de cosas.
— De todas maneras, hoy el matrimonio ya no es una legitimación en el marco de la comunidad. Hoy, por el contrario, pareciera que el hombre que elige el matrimonio se pierde todo.
Esa visión es muy complaciente con la sociedad de consumo y con la idea de que siempre hay que tener algo mejor. Pero como siempre digo, “Mandinga” entra por nuestros pecados, no por su propia fuerza. Nosotros le hemos abierto la puerta cuando, por guardar las formas, permitimos hogares carentes de amor, marchitos, y donde había que mirar hacia afuera para encontrar algo vital. Yo soy muy pro familia, pero “con onda”. Por eso no propongo una restauración sino una renovación de la esencia de las cosas. Es saludable la rebelión contra la hipocresía. Ahora, como todo en la vida, se desnaturaliza en parte y en parte no. La gente se asusta y habla de apocalipsis de la familia, pero en este contexto se entiende lo que es más valioso y se despoja de cosas más falaces o hipócritas.
— También se ha extendido la convivencia previa al matrimonio. ¿Puede ser positivo para el futuro de esa familia?
Pienso como ejemplo en el matrimonio de Messi, donde parece que se quieren mucho. Y fue todo muy tradicional, se casó con la novia del barrio, con quien ya había tenido dos hijos. Lo positivo es que existe la aspiración de percibir el palpitar del amor y no colgarse de la institución “matrimonio”. Hay que mirar por dónde va el amor, porque Dios no nos necesita, no hay que defenderlo; y confiando en que las cosas tienen una semilla de verdad. Creo que es posible encontrar qué hay de positivo en estas parejas, ya que gracias a la convivencia logran frutos muy entrañables. Obviamente también podríamos hablar de la peor versión del concubinato, el desapego excesivo, la inmadurez… Por eso yo soy un propiciador del noviazgo, una instancia que tiende a ser demasiado breve a mi entender. En estos tiempos en los que se puede convivir más fácil, la convivencia se toma como una prueba de amor. El proceso son lindas salidas, amigos en común, vacaciones felices y después aparecen las presiones: “Si no quiere vivir conmigo, entonces no me quiere”. Yo considero que los estamentos intermedios son muy positivos: es posible visitarse e incluso convivir en parte de la semana, pero si se mantiene el noviazgo hay un lugar transicional al que volver. El ser humano necesita categorías como referencia, no como cárceles. Yo nado en el mar, pero no me voy a ir tan lejos como para no poder volver a la orilla. La playa es una referencia que no me impide nadar. Pero si no existe la categoría del noviazgo, se pasa del cero compromiso a la convivencia, y es tan complicada como antaño.
— ¿Cómo percibe los nuevos modelos de familia?
La aspiración a lo familiar sigue vigente, pero las formas y las idiosincrasias cambian. Por ejemplo, el auge del divorcio genera familias ensambladas, ciertos cambios de las formas de lo familiar, y se diluyen algunas de las funciones. El paisaje es muy heterogéneo pero la idea familiar sigue siendo una aspiración, existe un consenso en que la familia es necesaria, más allá incluso de que existan desacuerdos profundos respecto de qué es familia. Como consecuencia de los divorcios, pero a su vez de la vigencia del afán de pareja, la gente se vuelva a casar y están unidos “los tuyos y los nuestros”, con una gran complejidad que se ha naturalizado, posiblemente para bien porque indica la ductilidad del ser humano. Los chicos a veces toman esa constelación mucho más policromática de lo familiar y, cuando hay amor, lo valoran, y van saliendo adelante los proyectos humanos dentro de un contexto más complejo que antaño. Después, en ciertos estamentos, sobre todo en clases sociales más bajas, aunque no como patrimonio exclusivo, es muy fuerte la idea de hogar monoparental, es decir, la mujer como abeja reina que queda fecundada y cría prácticamente sola a los hijos, y la figura del padre aparece diluida. Es la idea de un sordo matriarcado que, como todo matriarcado, es silencioso en comparación con el patriarcado, que es mucho más exuberante y visible, pero no más poderoso que aquél. A su vez, los padres se sienten excluidos, pero a veces generan conductas que los excluyen, de violencia familiar o con ideas machistas de dominación. Pero no se puede negar la figura del padre porque, aunque sea en el territorio simbólico, está vigente, no requiere la presencia física todo el tiempo.
— En este sentido, cambian las formas, pero hay un núcleo que perdura.
Hay nichos donde la familia tradicional sigue vigente, con sus problemas y sus maravillas. En otros se modifica, a veces por razones accesibles a nuestra conciencia y otras que van más allá, por ejemplo, por qué se dan divorcios en ciertos estamentos. Pero lo que se valora es que exista la idea de nido; aunque a veces fracase, es un anhelo. Suele escucharse que estamos en el apocalipsis de la familia, que todo vale lo mismo, pero no es así. Hay un anhelo, aunque a veces falla el estilo de procura, qué tipo de afinidad se busca, porque también es verdad que a los 20 años uno elige cosas que después cambian, y ahora vivimos hasta los ochenta y largos años. Yo creo que estamos muy subyugados por las formas y los medios lo exacerban. Sí hay un trasfondo de valoración de eso que se llama familia que tiene y conlleva una noción de orden, aunque se trate de negar. La idea de orden es vista muy negativamente. Sin embargo, los chicos nacen y se desarrollan de acuerdo a un orden que les va dando la noción de nido, de confiabilidad, de que la naturaleza tiene sus ritmos estables, que el sol sale cada día, que hay horas para comer, que las funciones biológicas se van cumpliendo de acuerdo a etapas. Esto es sintónico con el orden del mundo, por eso no está mal ver el orden del mundo. Lo que pasa es que como ha habido órdenes espurios, o perversos, en vez de luchar contra lo espurio y lo perverso, se luchó contra el orden. Es como matar a todos los perros para combatir la rabia. Ahí se está dando un trastrocamiento y una patologización del orden familiar.
— Muchas mujeres, por cuestiones de “reloj biológico”, al no haber logrado conformar una pareja estable, deciden tener solas un hijo. ¿Qué lectura hace de esta realidad?
Como dije antes, el deseo de familia sigue estando, pero también es verdad que se desea todo, como dioses. Una mujer puede estudiar lo que le gusta, recibirse, hacer una carrera, todo lo que haría un hombre y, además, a los 45 tener un hijo. Y como en realidad el ser biológico no se lo permite, paga por un vientre. Es una idea a veces rayana con la omnipotencia, y que se ve después en la educación cosificadora del hijo, porque el hijo no nace como un ser destinado a la libertad sino para cumplir un sueño de omnipotencia, por ejemplo, de la madre. Estas prácticas en personas solas o parejas homosexuales tienen mucha resonancia mediática pero cuantitativamente no son tan significativas.
— ¿Qué se le dice a un hijo en ese contexto? ¿Es diferente a la experiencia de una mujer que quedó embarazada y decidió sola criar a un hijo?
Hay que ver qué sueños uno le cuenta al hijo. Es distinto decir “me enamoré de un señor y pasó esto y aquello, pero yo anhelé tener un nido, y en el fondo lo sigo anhelando”, que decir que “nunca lo deseé, pero compré un poquito de material biológico acá en la esquina porque tengo la plata, y alguien me lo vendió”. Por otro lado, cabe preguntarse: ¿cómo se ve a sí mismo alguien que vende su semilla? ¿Cómo se ve a sí misma una mujer que alquila su vientre? Yo estoy muy en contra de ese léxico. En esto disiento con muchos colegas o librepensadores, porque si bien en el formato tradicional de familia había muchísimos problemas, al menos existía una aspiración menos cosificadora, aunque después pudiera fracasar. En cambio, este tipo de nuevas familias, así vistas, son una extensión del narcicismo de los padres.
— La militancia feminista, en estos casos, ¿de qué lado está? ¿Defiende el deseo de la mujer que alquila un vientre o la vulnerabilidad de la que pone en juego el propio cuerpo?
En general, todas las militancias, incluida la católica, son dogmáticas. Deben ser miradas con ojos de amor, pero hay situaciones muy narcisistas. Sin embargo, hay un elemento muy significativo: muchos hijos de inseminaciones a partir de bancos de espermas y de óvulos, llegada cierta edad, quieren saber quién fue el donante. Y hay una gran controversia porque hay legislaciones muy distintas en el mundo. Considero que el afán de conocer la biología es legítimo. No hay material biológico humano que no cargue la humanidad; no concuerdo con la idea de que hay un momento en que un espermatozoide deja de ser algo de lo humano para transformarse en una cosa biológica que después se rehumaniza. La fuerza de la biología es superlativa.
— ¿Qué puede decir de la crianza de niños en el marco de familias conformadas por parejas del mismo sexo?
Al hablar de estos temas hay que tener prudencia porque un chico que nació en una determinada circunstancia y fue criado por dos mujeres o por dos hombres debe ser tratado con respeto y su universo afectivo también. Diría muchas cosas, pero debo reconocer que hay chicos muy bien formados dentro de parejas homosexuales. Conviene distinguir toda una cuestión de la homosexualidad que no siempre va de la mano del homosexualismo. El amor por la diversidad se da en la heterosexualidad porque precisamente uno ama lo diverso; sin embargo, hay una apropiación de la palabra diversidad justamente por aquellos que llevan conductas en las que solamente aman lo semejante.
— ¿Sería una forma de narcisismo?
Desde los libros, sí; desde los hechos, hay afectos homosexuales muy respetables. Generalmente no quieren conquistar el mundo, no quieren llevar su situación al resto, se circunscriben a su mundo de afectos y tienen una buena convivencia. Cuando se ideologiza y se quiere hacer una didáctica general e imponerse, estandarizar y homogeneizar cosas, el escenario cambia. Estoy azorado con el derrotero de la palabra “discriminación”, que es muy complejo. El diccionario de la Real Academia Española sacó la acepción que tiene que ver con el discernimiento. ¿Qué pasó en el camino? ¿Quién se robó ese significado? De chico me enseñaron que discriminación es un discernimiento, además de otros significados. Hay cosas que son obvias, pero están reprimidas y deben tenerse en cuenta. En el marco de la lucha ideológica dirán que esto que digo apunta a retrotraerme a un orden perdido y, todo lo contrario, creo que no hay que restaurar nada sino ir para adelante y entender por qué hemos llegado a esto, reverdecer y ser más generosos en la mirada, entender la complejidad del ser humano. Encontrar lo nuevo, la verdadera ley, y no quedarnos en las formas.
— ¿Cómo repercute en los jóvenes y adolescentes este cambio de paradigma?
Hay una mirada muy generosa de los jóvenes respecto de esto, que obviamente se puede desvirtuar o usufructuar espuriamente. Esa amplitud en ver las diversidades puede ser confundida con un discurso perverso de que todo es lo mismo. Creo que las nuevas familias nos obligan a aprender a mirar cuáles son los ríos subterráneos del amor. Y en eso hay una posibilidad de purificación de toda la sociedad y entrar en las entrañas de lo amoroso. También hay una cuestión que va de lo espiritual a lo biológico, que tiene que ver con que la vida nace de lo diverso.
— Y que es ineludible.
Están lo masculino y lo femenino, en el ser humano y en la inmensa mayoría de las especies, porque siempre hay dos cosas distintas que al unirse generan una tercera cosa. Y en ese sentido, las parejas homosexuales no pueden prescindir de la heterosexualidad de alguien, de la diversidad, aunque sea biológica, para generar vida. Después el sostén de esa vida en términos de crianza puede estar en manos de hombre y hombre, mujer y mujer, pero la génesis de la vida está en un espermatozoide y un óvulo, y que no por llegar de un banco deja de ser un espermatozoide emitido por un señor. “¿Quién fue mi papá?”. “Un espermatozoide”. “¿Y de quién era el espermatozoide?”. “De un señor.” “¿Y qué hacía ese señor?”. “Vendió semen, hijo mío”.
— En artículos periodísticos de todo el mundo empiezan a conocerse historias de mujeres que alquilan su vientre para poder tener un sustento para sus propios hijos, o mujeres jóvenes que venden óvulos para pagar sus estudios universitarios…
Esos ejemplos hablan de una valoración ética de la vida. Hay una industria que difumina y pretende cosificar los instrumentos reproductivos. Pero insisto: no hay material biológico humano que no cargue humanidad. Lo pernicioso es prescindir de la historia, tanto en los hijos adoptados como con los engendrados con espermas u óvulos donados. Lo negativo no es la crianza por parte de homosexuales sino la mentira de que la vida nace de amarse en el espejo. Aunque sea nuestra genética, nuestra biología, se ama desde lo diverso, tanto que genera más vida.
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Fuente: www.revistacriterio.com.ar