Traducir la fe

Traducir la fe es una operación compleja, discernida, para dar continuidad a un sentido que ya existe, y que podría perderse o vaciarse si no elegimos bien.

Durante su primera entrevista como arzobispo de Madrid, don José Cobo respondía al periodista Aimar Bretos algunas preguntas peliagudas referidas a los sacramentos. En el fondo, de lo que se trataba era de ver qué está disponible y qué no lo está en esta materia. Usando una imagen muy gráfica, don José argumentaba que no tendría sentido, por ejemplo, celebrar una misa con Coca-Cola.

Es verdad que no siempre es tan evidente lo que puede cambiar y lo que no en un sacramento. Pero el ejemplo del arzobispo de Madrid nos invita a reflexionar sobre qué significa traducir la fe, y a situar este tema dentro de otro todavía más amplio: el de su actualización.

Creo que nadie duda de la necesidad de actualizar la fe. Más que de una necesidad, diría que se trata de algo natural: las palabras caen en desuso, y algunos símbolos pueden ir perdiendo paulatinamente su sentido, porque ya no lo tienen en el contexto social en el que deberían producir efectos. Las creencias pueden ser, ciertamente, reformuladas a la luz de nuestra situación actual. Pero demostraríamos tener una imagen muy pobre del lenguaje y de los símbolos, y bastante raquítica sobre qué es la fe, si pensáramos que, para actualizar esta, basta con cambiar una palabra por otra. O vino por Coca-Cola.

Nadie duda de la necesidad de actualizar la fe. Más que de una necesidad, diría que se trata de algo natural: las palabras caen en desuso, y algunos símbolos pueden ir perdiendo paulatinamente su sentido.

Aunque pueda parecer una perogrullada, actualizar significa hacer actual algo que ya es, para favorecer que siga teniendo sentido para las mujeres y los hombres de hoy. Y creo que aquí encontramos una clave importante: traducir la fe no puede ser solo intercambiar una palabra por otra, o un símbolo por otro. Traducir la fe es una operación compleja, discernida, para dar continuidad a un sentido que ya existe, y que podría perderse o vaciarse si no elegimos bien. Las palabras y las formas no son simplemente un envoltorio; en la fe, como en el resto de la vida, esconden un sentido profundo.

Gracias al Espíritu de Jesús, podemos seguir intentando traducir la fe en continuidad con el sentido que él nos inspira, siendo creativamente fieles a lo que apuntaba su vida. En el centro de esa actualización sigue estando el misterio de su muerte y resurrección. En última instancia, es respecto de este misterio que tendremos que mantener o cambiar palabras y símbolos. No solo para ser entendidos, sino, sobre todo, para que ese misterio pueda ser amado de nuevo.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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