Tratar de amistad

De la mano de Teresa, me atrevo a afirmar que nuestro trato de amistad con el Señor, es decir, nuestra oración, define nuestro trato de amistad con los demás.

La vida de Teresa, la de Jesús, es una brisa suave, una voz silenciosa, una tierna caricia que nos da una cierta evidencia que nos ayuda a creer y a confiar en que la amistad con Dios es posible, porque la humanidad de Cristo nos muestra que sabe ser buen amigo nuestro. En este tiempo en que nuestras relaciones interpersonales están modeladas por la inmediatez, la fugacidad y la superficialidad de las redes sociales, la vida de Teresa de Jesús nos enseña que los amigos saben permanecer en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras, en las dulces y en las amargas. Los amigos saben comunicarse en el silencio y a pesar de las distancias, porque sus corazones están unidos en la comunión de los que se aman.

Aprendemos a ser “amigos fuertes de Dios” orando, así, nuestra santa andariega nos cuenta que la oración no es otra cosa sino “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Así es. La amistad es posible cuando hay un trato asiduo, natural y espontáneo. Un trato de amistad que nos permite conocernos profundamente, sin filtros que tapen nuestras imperfecciones. Un trato de amistad que redunda en sabernos muy amados, así como somos. Con realidad y verdad. Sin idealismos, ni espejismos. Dios nos nos pide ser perfectos, sino ser honestos. Por eso, el tratar de amistad nos invita a buscar momentos para estar a solas con el Amigo para disfrutar de su alegre presencia, de sus dulces palabras y de sus callados silencios. Una amistad que se borda, se teje y se reteje pacientemente, día tras día, intento tras intento. Esa amistad auténtica con Jesús nos lleva a superar con garbo cualquier humana adversidad, pues, como diría la misma Teresa “con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero”.

La amistad es posible cuando hay un trato asiduo, natural y espontáneo. Un trato de amistad que nos permite conocernos profundamente, sin filtros que tapen nuestras imperfecciones.

La amistad de Teresa con Jesús es una cuestión de amor que la hace una mujer en relación con los demás, pues como ella misma lo dirá “mientras más santas, más conversables […] Que es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos”. Sonreír, aunque a veces no tengamos ganas. Escuchar, aunque nos gane el deseo de hablar. Esperar, aunque nos turbe la impaciencia. Respetar, aunque nos cueste la diferencia. Dialogar, aunque nos espante el desacuerdo. En mi experiencia cristiana, de la mano de Teresa, me atrevo a afirmar que nuestro trato de amistad con el Señor, es decir, nuestra oración, define nuestro trato de amistad con los demás: nuestros olvidos en nuestra amistad con Cristo, también repercuten en olvidos con nuestros amigos. Nuestros detalles de amor con “tan buen amigo” afectan también nuestros detalles de ternura con nuestros amigos; la visita sorpresiva, la llamada inesperada, el mensaje cotidiano, el abrazo respetuoso, la palabra oportuna, el abrazo cálido, la compañía en los caminos, la ayuda en las penurias, el pañuelo ante las lágrimas y el consuelo en los dolores.

Que la intercesión de nuestra santa apasionada nos haga, como ella y junto con ella “cantar las misericordias del Señor” y exclamar enamorados “¡oh, qué buen amigo eres, Señor mío! ¡Cómo te nos va regalando y sufriendo, y esperas a que nos hagamos a tu condición y tan de mientras nos sufrís! ¡Tomas en cuenta, mi Señor, los ratos que te queremos, y con un punto de arrepentimiento olvidas lo que te hemos ofendido! (…) ¡bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo eres de dar, que no se te pone cosa delante”. Amén.


Imagen: Pexels.

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