En 2017, menos del 12% de los niños en edad de realizar la secundaria tenían acceso a la educación en el norte del país.
“Mi objetivo no es satisfacerme con el conocimiento, sino tener un conocimiento que beneficie a los demás”, dice Vumilia Ameshinda, reflexionando sobre su futuro. “Me gustaría ver algún día mi nombre relacionado con un impacto positivo para toda la comunidad. Me gustaría dejar un legado que beneficie a la comunidad, al país y, en definitiva, al mundo, si es posible”.
Vumilia es uno de los estudiantes refugiados becados por el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) que asiste al Ocer Campion Jesuit College, una escuela secundaria de los jesuitas en Gulu, en el norte de Uganda.
Él es originario de Kivu Norte, República Democrática del Congo, una tierra atormentada desde hace tiempo por la violencia y la inestabilidad. Más de un millón de personas se han visto desplazadas y más de 280.000 han encontrado refugio en Uganda.
Vumilia estaba de vacaciones con sus abuelos y sus dos hermanos cuando llegó la violencia y tuvieron que huir en busca de seguridad. “Hubo un ataque y tuvimos que escapar”, recuerda.
Ya lleva en Uganda siete años y nunca más ha vuelto a ver u oír a sus padres.
Durante su primer año en Uganda, pasaba días enteros en casa con casi nada qué hacer, porque su familia no podía permitirse el lujo de enviarlo a la escuela. Esta es una realidad muy conocida entre la mayoría de los niños y niñas desplazados y refugiados debido a su desplazamiento.
Aunque Uganda tiene una política de puertas abiertas para los refugiados, dándoles documentación, así como el derecho a trabajar, a cultivar y a moverse libremente por todo el país, el creciente número de refugiados está suponiendo una gran presión al sistema educativo. Hacinamiento en las escuelas, pocos maestros cualificados y falta de recursos hacen que el acceso a la educación sea un desafío para la comunidad local y más aún para los refugiados.
En 2017, menos del 12% de los niños en edad de realizar la secundaria tenían acceso a la educación en el norte de Uganda. Gracias a una beca del JRS, Vumilia es uno de ellos.
Cuando se encontró por primera vez con el JRS, se le dio la oportunidad de matricularse en la escuela primaria a pesar de la barrera del idioma. Viniendo de un país de habla francesa y teniendo que asistir a clases en inglés, Vumilia demostró que era capaz de aprender el nuevo idioma y a la vez progresar brillantemente en la escuela.
De hecho, aprobó su examen final de primaria como el mejor estudiante de su clase, obteniendo una de las calificaciones más altas de toda la escuela. Como resultado, el JRS lo becó para que pudiera matricularse en el Ocer Campion Jesuit College, donde siguió manteniendo sus buenas notas.
“Me interesan las ciencias y me gustaría estudiar ingeniería química, incluso hacer el doctorado. Sé que mi sueño depende de los recursos disponibles”, admite. “Paso a paso, si tengo la oportunidad, creo que llegaré hasta allí”.
Vumilia es consciente de cuán voluble es su futuro, pero está decidido a hacer todo lo que esté en su mano para no perder ninguna oportunidad de continuar con su educación.
No en vano, en su lengua materna Vumilia significa “paciente” y Ameshinda, su segundo nombre, “el que ha ganado”.
* El JRS apoya en la actualidad a 15 escuelas de secundaria en el norte de Uganda con intervenciones que abarcan desde becas y distribución de bártulos escolares hasta salarios de docentes y la construcción de equipamientos. Para apoyar nuestros proyectos en Uganda, haz clic aquí.
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Fuente: http://es.jrs.net