Un tal Cortázar

Jules Florencio Cortázar nació el miércoles 26 de agosto de 1914 en Bruselas, cuando Bélgica estaba ocupada por las fuerzas alemanas, en los inicios de la Gran Guerra, suceso que presumimos llevaría a nuestro escritor a ser un amante de la paz.

En 1918, la familia Cortázar regresó a la Argentina. El escritor vivió junto a su madre, una tía y su hermana Ofelia. En Banfield cursó los estudios primarios. De pequeño pasó mucho tiempo en cama, debido a su endeble salud. Su madre fue su incitadora al mundo de la lectura y quien lo conectó con uno de sus escritores admirados como Julio Verne. No en vano escribió La vuelta al día en ochenta mundos para homenajearlo.

En 1932 se recibió de maestro y profesor en Letras. Ingresó a la universidad, pero desistió y se mudó a dictar clases a Bolívar y luego a Chivilcoy. En 1944 enseñó en la Universidad de Cuyo. Trabajó en la Cámara del Libro y luego como traductor de inglés y francés.

Esto le permitió acercarse al mundo de la incipiente y prometedora Unesco, que lo puso en contacto con la realidad internacional y le brindó algunos contactos oportunos. Se radicó en París. Tradujo a Chesterton y André Gide. Tomó contacto con la obra de John Keats, algo decisivo para que Cortázar se volcara al género epistolar, cuestión que se evidencia en muchas de sus narraciones breves y contundentes.

El esfuerzo que realizó al traducir las cartas de Keats dio buenos frutos y en 1953 le ofrecieron traducir la obra completa, en prosa, de Edgar Allan Poe para la Universidad de Puerto Rico, considerada luego por los críticos como la mejor traducción de la obra de Poe.

En 1983, vuelta la democracia en Argentina, Cortázar hizo un último viaje a su patria, donde su público lo recibió con afecto y las autoridades le mostraron cierta indiferencia. Pese a su “r” afrancesada, Cortázar era argentino porque escribía en argentino, su obra decía mucho de Argentina. Pero al llegar al país, y tras una breve estadía, se sintió extranjero. Se fue el 12 de febrero de 1984, pero su obra sigue siendo un faro luminoso.

ETAPAS

Corría el año 1938, cuando Julio Cortázar editó el poemario Presencia, bajo el seudónimo de Julio Denis, porque no quería darse a conocer, probablemente por su timidez. Su primer cuento, “Casa tomada”, fue publicado en la impar revista Sur, y el factotum de su inclusión fue Jorge Luis Borges.

Algunos de sus cuentos son bien autobiográficos, tal el caso de “Los venenos”, o “La Señorita Cora”. Entre sus temas aparecen el jazz, en “El perseguidor y otros cuentos”, de 1967; el boxeo, en “Torito” y “Último round”.

Su libro Bestiario produce un efecto irreversible dentro de la cuentística argentina y latinoamericana: absorbe el habla porteña con intensidad y perspicacia inusitadas; ‘escribir hablando’ lo calificó Cortázar (…) permitiendo así polivalentes lecturas, como en el famoso cuento “Casa tomada”, que puede ser leído de varios modos (…) El título refuerza dicha polisemia, en cuanto aproxima el volumen, por un lado, hacia los bestiarios medievales; por otro, hacia las indagaciones de la antropología cultural (…); en fin, porque transmite una sensación de enrarecimiento bestial que no es ajeno, creemos, a las modificaciones que estaban produciéndose en la convivencia interpersonal de los argentinos”.

“En Las armas secretas (1959), Final de juego (México 1956, edición completada con más cuentos en la argentina de 1964); Historias de cronopios y de famas (1962) —obra que desborda toda categoría genérica— Cortázar ensaya verosímiles reconstrucciones de la vida familiar de las clases medias suburbanas (“Cartas de mamá“); inventa extraños seres, afines con las prácticas literarias de la vanguardia surrealista, traza una parábola del artista en “El perseguidor“, del cual dijo el propio Cortázar: “En ese cuento dejé de sentirme seguro. Abordé un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se amplificó con Los premios y, sobre todo, en Rayuela”.

Más tarde publicaría sus grandes novelas: Los premios (1960), 62/Modelo para armar (1968), Libro de Manuel (Premio Medicis, 1973); pero sin dudas fue Rayuela (1963) su mayor éxito editorial y parte del boomlatinoamericano y al que él mismo llamó “mágica”. Según declaró en una carta a Manuel Antín en agosto de 1964, ese no iba a ser el nombre de su novela, sino Mandala: “De golpe comprendí que no hay derecho a exigirle a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano”; y no se arrepintió por el cambio.

Rayuela es un “libro que asombró y sigue fascinando por su novedad absoluta, contranovela, exasperada denuncia de la vida humana reducida a mera costumbre y de la literatura refugiada en el esteticismo y el psicologismo (…) Texto que vuelve obligadamente cómplice al lector mediante una materia que parece en gestación continua, que rechaza el orden cerrado de la novela tradicional y busca una apertura: cortar de raíz toda construcción sistemática de caracteres y situaciones”.

Realizó traducciones; colaboró en muchas publicaciones en distintos países, grabó sus poemas y cuentos, escribió letras de tangos, le puso textos a libros de fotografías (París: Ritmos de una ciudad, con fotos de Alecio de Andrade, 1981) y a otros de dibujos (Monsieur Lautrec, con dibujos de Hermenegildo Sabat, 1980).

Además de poesía, cuento, novela, teatro (Los reyes, 1949 y Adiós Robinson y otras piezas breves, 1995, póstuma) y prosa poética e historietas (“Fantomas contra los vampiros multinacionales”, cómic de 1975), creó géneros: microrrelatos, “prosemas” y “meopas”, como solía llamarlos él.

Maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, comparable a Borges, Chéjov o Poe, Julio Cortázar rompió los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal, y es considerado uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo. Trascendió porque su obra “implica un vuelco decisivo en nuestra narrativa”.

EXILIADO

Cortázar destinó sus derechos de autor a la ayuda de los presos políticos en Argentina.

Ni en los momentos más difíciles, Julio había dejado de escribir. En su Carta Abierta a la Patria, de 1955, expresaba: “Te quiero país tirado abajo del mar (…) tirado a la basura (…) país desnudo que sueña (…) Te quiero sin esperanzas y sin perdón, sin vuelta y sin derecho, nada más que de lejos y amargado. Y de noche”.

Conservó intacta su ironía, hasta último momento. Desde algún lugar del universo, sentimos que ese ser tan enorme de ojos saltones, sigue observando la realidad. Queremos que nos preste su perseverancia y amor por el idioma, para hallar una forma tan clara de contar las cosas. Tan simple como jugar a la Rayuela. No perdamos el equilibrio, ni la esperanza como buenos cronopios.

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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar

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