En la preocupación por el medioambiente, ha existido un diálogo constante entre entidades de Iglesia y organismos internacionales, hasta gestar la encíclica Laudato si’, que otorga un papel fundamental a la educación y espiritualidad en el cuidado de la casa común.
El concepto de desarrollo sostenible como “aquel que permite satisfacer las necesidades actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras” se acuñó por primera vez en marzo de 1987, cuando se publicó el estudio encargado por la ONU, Our Common Future, conocido como informe Brundtland.
Inicialmente, se puso énfasis en la necesidad de distribuir los recursos de nuestro planeta de forma más eficaz, sin dañar o perjudicar al medioambiente. Para quienes nos desempeñamos en investigación científica, este concepto consistía en la necesidad de poner nuestro conocimiento científico y de ingeniería a la creación de procesos productivos capaces de consumir menos recursos, de producir productos con mejores prestaciones para tener el mismo resultado con menor cantidad, de generar menos subproductos y residuos, de sufrir menos accidentes y, por supuesto, con el mínimo impacto sobre el medioambiente. Finalmente, nuestra trayectoria profesional nos hizo descubrir la necesidad de ser sostenibles tanto en ciencia y tecnología como, y de manera tanto o más acuciante, en lo que concierne a la condición humana, es decir, a la sostenibilidad social.
El libro Ecología integral. La recepción católica del reto de la sostenibilidad. 1891 (Rerum novarum) – 2015 (Laudato si’)(1), escrito por Jaime Tatay S.J., premiado por el Vaticano, nos revela de forma clara y muy bien documentada que la conciencia de distribución equitativa de la tierra, riqueza o bienes y trabajo humano, es decir, de sostenibilidad social como derivada de la sostenibilidad medioambiental, fue muy anterior en el catolicismo al acuñamiento de la palabra en sí. Y, además, empezó al revés, preocupándose primero por la sostenibilidad social, un planteamiento muy respetuoso por su intencionalidad humanista dignificadora.
En el recorrido, que va desde la publicación de la encíclica Rerum novarum hasta la primera conferencia de la ONU sobre el clima, Estocolmo 72, nos demuestra con el comentario de cada encíclica, de los documentos de las conferencias episcopales y de la Pontificia Academia de Ciencias o del mismo Concilio Vaticano II, la preocupación de la Iglesia católica por la rápida evolución tecnológica de la humanidad y por la falta de evaluaciones éticas de los descubrimientos científicos.
Nos pone de manifiesto la preocupación de la Iglesia durante los ochenta años que transcurren desde la encíclica Rerum novarum del papa León XIII de 1891, hasta la Cumbre por la Tierra de las Naciones Unidas de junio de 1972, celebrada en Estocolmo. Desgrana minuciosamente cómo se va forjando una preocupación por las desigualdades cada vez más acuciantes que provoca la industrialización y la tecnología en las comunidades, sobre todo rurales de América Latina, así como su inquietud para hacer frente a la dificultad de la ciencia y la tecnología de analizar los efectos negativos que sus descubrimientos puedan tener. Todo, contextualizado en el complejo momento histórico provocado tanto por las dos guerras mundiales como por el inicio incierto de la Guerra Fría, con la proliferación de las armas nucleares y químicas.
Queda demostrado que, en este periodo, la Doctrina Social de la Iglesia parece que evolucionó no tan lentamente como a menudo se repite, para incorporar esos términos de preocupación por la naturaleza, conservación y no destrucción. Enumera las cinco principales áreas de preocupación de la Iglesia en relación con el medioambiente: “La contaminación en sus diversas fórmulas, la proliferación nuclear, el crecimiento demográfico, la destrucción de la vida y —en menor medida— la cuestión del agua”.
Queda demostrado que, en este periodo, la Doctrina Social de la Iglesia parece que evolucionó no tan lentamente como a menudo se repite, para incorporar esos términos de preocupación por la naturaleza, conservación y no destrucción.
La reflexión final sobre el amplio periodo de 1891 a 1971 le permite reconocer que “sin hacer referencia al término ecología humana, la reflexión eclesial parte de un análisis consecuencialista que conduce el debate medioambiental a un plano antropológico y teológico-moral”.
Prosigue el autor exponiendo los acontecimientos ocurridos entre Estocolmo 72, hasta la Cumbre de Naciones Unidas sobre Desarrollo y Medioambiente de junio de 1992 en Río de Janeiro, Río 92, coincidente con el final del pontificado de Pablo VI (1978), el cortísimo de Juan Pablo I y los primeros 14 años del de Juan Pablo II (1978-2005). Detalla y entronca los documentos eclesiales con los internacionales y civiles, demostrando que “la Iglesia matiza el paradigma del desarrollo sostenible que adoptan los organismos internacionales” y lo hace enumerando tanto los hitos positivos conseguidos en buena medida gracias al trabajo realizado desde la PAS como los hitos no conseguidos en referencia a la ecología.
El periodo de análisis desde Río 92 hasta la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo, Río+10 o Johannesburgo 02, coincide con el final del pontificado de Juan Pablo II. Nos demuestra cómo, una vez más, hay una permeación entre las declaraciones y acuerdos internacionales y eclesiales respecto de los problemas globales como agua, pérdida de biodiversidad, cambio climático o turismo, y locales como deforestación, acceso a la energía o envejecimiento de la población. Juan Pablo II eleva la cuestión ecológica a un mayor nivel de autoridad magisterial, pero la ecología natural sigue subordinada a la humana. Es un periodo muy continuista, en el que destaca la intensificación del debate sobre desarrollo sostenible o sostenibilidad, la relevante función ad intra de la Pontificia Academia de Ciencias, como “correa de transmisión y catalizador del interés eclesial por las cuestiones ambientales”, y ad extra por el diálogo interreligioso y la implicación de la Santa Sede y de organizaciones católicas en foros internacionales sobre medioambiente, desarrollo sostenible, población, agua o cambio climático.
Considera que en el inicio del siglo XXI la cuestión ecológica emerge como un foro de diálogo cultural, ecuménico e interreligioso mostrando, por un lado, el papel vital de las religiones en el espacio público y, por otro, su contribución específica en la configuración del “ethos medioambiental contemporáneo”.
El siguiente periodo de estudio va desde Río+10 hasta la histórica Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Río de Janeiro en 2012: Río+20. Esencialmente, coincide con el pontificado de Benedicto XVI. En este periodo se observa un interés sostenido por los tres grandes retos globales, cambio climático, agua y biodiversidad. Según Tatay, “la voz de la Iglesia se hace sentir en los foros internacionales”, “la Iglesia católica evoluciona, pero no es descontinuista, aunque Benedicto XVI pusiera el acento en la teología sistemática más que en la antropología, insistiendo en la importancia de restablecer la conciliación entre creación y redención”, y “se percibe un creciente escepticismo respecto de las posibilidades tecnológicas y el esfuerzo para establecer un terreno común para el diálogo político, cultural y académico”. Sin embargo, cree que la distinción entre ecología humana y natural es todavía algo confusa.
En el libro se efectúa una profunda reflexión sobre las consecuencias de Río+20 y se cuestiona si entre Benedicto XVI y Francisco hay una continuidad básica o, por el contrario, hay elementos claramente diferenciadores.
Por supuesto, parte de la importancia que “adquiere la cuestión climática como problema que visibiliza la interconexión de los múltiples retos de la sostenibilidad y como motivo que justifica la llamada a la acción de la comunidad científica, política y religiosa”, motiva grandes acuerdos de la comunidad internacional, como la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Además, “se empieza a considerar que las religiones, incluida la católica, son actores imprescindibles para la consecución de los ODS”, porque, según Tatay:
1. Son unos de los pocos actores globales con autoridad moral y una extensa red institucional y educativa.
2. Poseen una función pre-política clave en la configuración y sostenimiento del compromiso ecológico del creyente.
3. Matizan y complementan la visión científico-técnica del mundo, fundamentando y motivando la responsabilidad ética en la era tecnológica.
4. Vehiculan prácticas y hábitos ascéticos susceptibles de ser releídos en clave ecológica, por su forma de vida modesta y sobria.
5.Promueven foros de diálogo interdisciplinar, interreligioso e intercultural, imprescindibles para la resolución de problemas globales complejos.
Su obra, en el proceso eclesial de recepción de la cuestión ecológica de estos últimos años:
1. Observa, como elementos distintivos y diferenciadores del pontificado de Francisco, un desplazamiento de la teo-logía a la teo-praxis, de la antropología teológica a la moral social y de la formulación de principios ético-teológicos a la acción política y la transformación cultural.
2. Indica como acción diferenciadora de Francisco su tono pastoral y la fuerte carga retórica a la hora de analizar la cuestión ecológica, planteando el cuidado de la creación como condición de posibilidad de toda reflexión social.
3. Identifica una continuidad clara de Francisco con el Magisterio precedente al identificar como raíces de la compleja crisis una antropología pobre, un sistema económico disfuncional y una patología cultural que adora el dinero, olvida el don de la creación y desprecia la vida del débil. Un diagnóstico que se venía realizando desde el pontificado de Juan Pablo II y que ahora adquiere una formulación más explícita.
4. Pone de manifiesto una vez más la conveniencia de adoptar una metodología de análisis inductiva y el reconocimiento del papel que adquiere la experiencia directa y la comunidad local, tanto en la formulación de las cuestiones sociales y ambientales como en la búsqueda de soluciones. Es decir, la articulación de redes internacionales de trabajo, denuncia e incidencia.
5. Concluye que el pontificado de Francisco “en buena medida representa la confluencia de dinámicas que se inician décadas atrás pero que maduran de forma rápida a la luz del creciente consenso científico y de la nueva percepción social sobre la urgencia del reto global de la sostenibilidad”.
No puedo negar la evolución que desgrana tan maravillosamente, pero para la mayoría de los católicos, los que no nos dedicamos a la teología o a la filosofía eclesiástica, conocerla no ha sido fácil. Además, las acciones ad extra de la Iglesia no han ayudado a crear una visión de armonía con las comunidades que integran la base de nuestra Iglesia. Diría que ha sido un proceso demasiado lento. Si la Pontificia Academia de Ciencias lo solicitó en 1990 a Juan Pablo II, ¿por qué se ha tardado veinticinco años en escribir una encíclica sobre ecología? Ha sido necesaria la llegada de un pontífice sudamericano y jesuita, conocedor en primera persona de las necesidades de los más débiles y vulnerables, para dar ese vuelco definitivo a la Doctrina Social de la Iglesia.
No pongo en duda que el pontificado de Francisco es continuista respecto del Magisterio de la Iglesia católica, pero creo que su forma de abordarlo es absolutamente diferente a como se había hecho hasta entonces.
No pongo en duda que el pontificado de Francisco es continuista respecto del Magisterio de la Iglesia católica, pero creo que su forma de abordarlo es absolutamente diferente.
Es diferente, porque su discurso es absolutamente coherente con su forma de vida, uno de los valores más difícil de conseguir.
Además, el papa Francisco, al no hacer ninguna ostentación de su poder, al hablar de forma directa y llana, llega a todos, creyentes y no creyentes. Además, es convincente en sus planteamientos y claro y directo en las acciones a tomar.
Así, en la Laudato si’, él rompe todos los moldes de las encíclicas papales anteriores, al agrupar sus capítulos en conocer o ver, juzgar y actuar. Sorprende la dedicación que presta a los análisis realizados por todas las áreas del conocimiento, sin olvidar biología, física o química, por ejemplo. Tampoco olvida la economía o la historia y, por supuesto, una relectura de la Biblia bajo este conocimiento nuevo. Pero sorprende mucho más, cuando al final esboza propuestas de actuación, teniendo en cuenta los grandes acuerdos de las organizaciones internacionales y la fuerza de la educación y la espiritualidad en el cuidado de la casa común.
Pero ¿no nos sorprendió el subtítulo de la encíclica “sobre el cuidado de la casa común”? ¿Quién puede no comprenderlo? ¿Qué nivel educativo se necesita para poder llevarlo a cabo? Por supuesto, sobra la respuesta. Cualquiera que haya podido ver y convivir, aunque sea solo unos días, en algún rincón de América Latina, África o Asia, ha vivido lo que significa para sus ciudadanos el cuidado al otro, la acogida o el agradecimiento. Ha podido comprender lo que es la casa común, la de todos, pequeña o inmensa como la misma naturaleza. Quizás por ello tuvo la repercusión que tuvo y puso las bases para entablar el diálogo interregional, intergeneracional y, por cierto, interreligioso. Son unas bases que ya se están desarrollando.
Además, se vincula con la controversia que ha ocupado a muchos científicos y no científicos y que se resume en frases como: ¿Estamos a tiempo de revertir el desastre ecológico? ¿Hemos traspasado ya los límites de nuestro planeta? ¿Estamos llegando al colapso total o al fin del mundo y de la civilización actual? En Laudato si’ queda claro que todavía estamos a tiempo de mantener nuestra casa común, siempre que seamos capaces de cuidarla como no hemos hecho hasta ahora, preocupándonos de todos, sin excepción, procurando una educación real para todos y recuperando una espiritualidad universal, respetando todos los matices e ideologías existentes.
Tenemos:
1. conocimiento y tecnología para solucionar muchos de los problemas globales,
2. actores sociales en ONGs que trabajan desde y para las comunidades de los más vulnerables y desconocidos,
3. muchas empresas multinacionales químicas han dejado prácticas no deseables de antaño y han abrazado la economía circular y los ODS, convirtiéndose en uno de los máximos exponentes a la hora de aportar recursos y conocimiento a la solución de los problemas globales,
4. la Laudato si’.
Quiero terminar dando un salto de cinco años y recomendarles que escuchen las palabras del P. General. Arturo Sosa (22-12-2021), invitándonos a unirnos a la Plataforma de Acción Laudato si’ que el papa Francisco lanzó en mayo de 2021(2). Siento un gran deseo de sumarme a ella, como Universidad de la Compañía, como familia, con mis amistades, ¿por dónde empezamos?
(1) Jaime Tatay S.J., Ecología integral. La recepción católica del reto de la sostenibilidad. 1891 (Rerum novarum) – 2015 (Laudato si’), BAC, Madrid 2018, ganador el año 2021 el premio de la Fundación Vaticana Centesimus Annus Pro Pontifice. Es possible adquirirlo en diversas plataformes digitales.
(2) https://plataformadeaccionlaudatosi.org
Fuente: Este texto es un extracto, con algunas modificaciones en la redacción, del artículo con el mismo título publicado en Razón y Fe N° 1.457, mayo-junio 2022. Las frases destacadas y subtítulos son de autoría de revista Mensaje. / Imagen: Pexels.