Una conversación sobre la realidad que viven las personas privadas de libertad desde el trabajo que realiza Fundación Kalén en el sur de nuestro país, una labor que centrada en “generar procesos de cambios personales que nos permitan generar otra vida, para poder comenzar de nuevo”.
Valentina Ilabaca, psicóloga comunitaria de la P. Universidad Católica, actualmente es directora ejecutiva de Fundación Kalén, cargo que desempeña desde 2022. La fundación, que ya tiene cinco años de vida, se ocupa de la reinserción social en centros penitenciarios de Puerto Montt, Osorno, Ancud y el Maule.
Desde la Región de Los Lagos, Valentina conversa con Mensaje online acerca del trabajo que están llevando a cabo en la zona.
— Cuéntanos sobre Fundación Kalén, ¿a qué se dedica específicamente?
En Fundación Kalén trabajamos promoviendo la reinserción social de personas que están o han estado privadas de libertad, o de aquellas que están cumpliendo alguna condena en el medio libre, para que puedan volver a la sociedad e insertarse de manera sustentable, digna, que puedan formular proyectos de vida por la vía lícita, que dejen la trayectoria del delito, habilitando otras oportunidades que les permitan generar otras trayectorias de vida.
Aquí quiero mencionar el significado de Kalén, que tiene que ver con la influencia mapuche, huilliche, en específico. Una palabra que hace referencia a un objeto ha perdido la función principal para la cual fue creado, un objeto que se ve dañado. Entonces se le da una segunda vida útil. Eso lo llevamos al plano personal, para así ver cómo podemos generar procesos de cambios personales que nos permitan generar otra vida, para poder comenzar de nuevo.
— Fundación Kalén ¿hace cuánto tiempo opera? ¿Cómo está conformado el equipo? ¿A cuántas personas han podido ayudar?
Estamos hace cinco años en la región. De hecho, somos la única organización de la sociedad civil que trabaja estos temas. Contamos con un equipo que crece o se achica en función de los proyectos. Pero, en un promedio más estable, somos cuatro o cinco personas. Partimos en 2018 con veinte participantes y tres talleres. Eso lo hemos podido ampliar, llegando a más de doscientas personas, con más de sesenta talleres dentro de las cárceles. Y trabajamos también en el medio libre, y ese es un proceso fluctuante que requiere de un acompañamiento largo, a veces años, dependiendo de la persona.
— Ustedes trabajan para que estas personas puedan reinsertarse en la sociedad de mejor manera. Pero ¿qué hace diferente a Kalén de otros modelos que realizan un trabajo similar?
Eso es algo que incluso le hemos ido a preguntar a las personas con las que trabajamos durante los procesos, para saber cómo mejorar la interna, pero también para mostrar a los demás cuál es el sello de Kalén. Yo diría, en base a lo que nos han mencionado quienes han participado en nuestros programas, que tiene que ver con un trato que dignifica a la persona. Y eso no es fácil, porque estamos inmersos en una materia muy delicada, que a la gente le toca profundamente, sobre todo cuando ha sido víctima de algún delito. Suele generar impotencia, frustración, enojo… E ir un paso más allá de esas emociones que muchas veces nos nublan, es difícil. Y ese paso consiste en entender que lo que ocurrió no significa que hay que tratar mal a esa persona, o que carezca de la posibilidad de tener una segunda oportunidad. Hay que trabajar de lleno con esas personas, abrazarlas, acompañarlas a pensarse de manera distinta. Todos los procesos de cambio son complejos, se viven crisis, y solemos estar acompañados en nuestros procesos de cambio. Pero en las cárceles el acompañamiento es muy poco, por eso, como fundación, acompañamos, tratamos bien, realizamos talleres que son un espacio seguro para los participantes, donde incluso pueden descomprimirse emocionalmente —algo que en los recintos penitenciarios es complejo porque suelen pararse desde una postura de mucha fortaleza, una especie de “cuero de chancho”, porque hay mucho de sobrevivencia allí—, entonces esas sutilezas, ese trato dignificante, el generar espacios seguros, habilitar talleres para aprender oficios y habilidades, etcétera, ese es nuestro mayor sello.
Todos los procesos de cambio son complejos, se viven crisis, y solemos estar acompañados en nuestros procesos de cambio. Pero en las cárceles el acompañamiento es muy poco.
— ¿El foco del trabajo que realizan está en mujeres, en jóvenes, en todos los rangos etarios, género…?
Al inicio eran principalmente hombres. Pero de a poco hemos ido especializándonos en dos poblaciones: jóvenes, por un lado, porque tenemos un convenio con el Sename y aportamos complementariamente a los programas, ya sea en la cárcel de menores o en los programas ambulatorios; y la otra son las mujeres (y de a poco estamos tratando de integrar diversidades de género). ¿Por qué nos hemos ido especializando? Tiene que ver con que [las mujeres] son la población más vulnerable, ya que llegan a las cárceles con muchos más antecedentes de vulnerabilidad. Por ejemplo, ellas, en cerca de un 62%, han vivido algún tipo de violencia previamente. A esa vulnerabilidad se suma que reciben menos oferta interventiva. Para los jóvenes, su sanción es justamente un plan de intervención. Entonces, dentro del mundo adulto, las mujeres y las disidencias de género son quienes menos oferta tienen. Eso ocurre por la lógica desde la cual Gendarmería aborda a sus poblaciones: a aquellos grupos más pequeños, que son de menor riesgo —porque tienden a terminar las trayectorias delictivas más pronto que los hombres—, no apuntan su oferta de intervención. Y así nos vamos dando cuenta de que hay segmentos que no están teniendo oportunidades a pesar de que son quienes podrían tener mayores probabilidades de reinsertarse en la sociedad.
— Pero no trabajan solo con las personas que están privadas de libertad, también abarcan a sus familias…
Sí, lo intentamos. A diferencia de otras temáticas sociales en que las familias se tienden a involucrar más, en esta materia, cuesta. Pero lo intentamos porque sabemos que, en la medida en que vamos abordando también sus propios entornos, podemos tener mucho más impacto. El delito es algo que se va heredando, entonces es importante abarcar a la familia, al barrio… Pero es difícil cuando ya se ha roto el vínculo familiar. Por eso, en aquellos casos en que sí hay una familia disponible y sí está esa necesidad de trabajar ese vínculo, entonces aportamos también ahí.
— Siguiendo con el tema de los focos de la fundación, vemos que se orientan a lo sistémico ecológico, ¿podrías profundizar en qué consiste eso?
Tiene que ver con cómo vamos abordando los círculos de relaciones de las personas. La familia es lo primero que se nos viene a la cabeza. Pero en realidad, en la sociedad, tenemos distintos sistemas, instituciones, etcétera, y todos pueden aportar a la reinserción social. Necesitamos trabajar con todos para ir creando una cultura de oportunidades, un ecosistema de oportunidades. Si trabajamos únicamente con las personas que están o estuvieron privadas de libertad y sus familias, no necesariamente estaríamos contribuyendo a que existan, por ejemplo, empresas que formen una conciencia social y abran cupos laborales. Si nos quedáramos solo con las personas, no iríamos a los colegios para ir previniendo el delito desde el inicio. Para nosotros es muy importante ese foco ecosistémico. Y por eso uno de nuestros principales objetivos es cómo vamos incidiendo en la sociedad para psico-educar en este tema, y por ello trabajamos con colegios, universidades, también con municipalidades, apoyando a sus funcionarios para que, a la hora que les llegue una persona que ha estado en la cárcel, el trato sea dignificante, que “lean” las necesidades de esa persona y la apoyen. Apuntamos a distintos focos de la sociedad para de a poco ir aportando.
— En día a día, la reinserción social, ¿cómo la trabajan?, ¿qué áreas abordan?, ¿cómo van apoyando los procesos?
Asistimos constantemente a las cárceles para realizar talleres de oficio y recreativos. Y seguimos los casos que llevamos en el medio libre, a quienes se van reinsertando directamente en la sociedad. Si la persona ya está insertada laboralmente, son más acotadas las veces que nos reunimos. Vamos a la empresa, monitoreamos con la jefatura, etcétera. Incluso acompañamos ciertas gestiones sociales, algo que es el puntapié inicial: sacar el carnet, obtener la clave única, que conozcan los departamentos de las municipalidades, que se inscriban en el sistema de salud; que vayan siendo parte de la sociedad, pudiendo acceder a esos derechos, a esos beneficios. Es parte de nuestro día a día acompañar en gestiones, articular con otras instituciones, con entes del Estado que pueden apoyar en alguna necesidad de la persona.
— La reinserción es compleja. La gente vuelve a su entorno, de alguna manera, con una “marca”. Además, muchos deben cambiar ciertos horizontes personales, entender que el delito no es la única alternativa para surgir… Ese es un trabajo más personal, ¿lo hacen?, ¿cómo lo hacen?
Hay un enfoque en esta materia que se llama el desistimiento delictual. Ese enfoque, lo que te muestra, es que el proceso de dejar el delito fluctúa y tiene ciertas etapas. Es súper gráfico, porque esas etapas vas trabajándolas con la persona, para que vaya concientizándose del momento en el que está, cómo se puede ir anticipando a recaídas, porque eso pasa. Una persona que está con todo el ánimo, con la convicción de dejar el delito, va a tener momentos duros en la vida, momentos en que estará muy cercana a volver al delito, y hay veces que vuelven, con sentimiento de culpa, pensando en que “me estoy desviando del camino que quería tomar”. En ese momento debemos acompañar, haciéndole tomar conciencia de cómo es el proceso y cómo irá dejando el delito. No de una manera abrupta, que es lo que se suele pensar y lo que nos gustaría a todos, pero la realidad no es así. Y cuando no se acepta la realidad de la manera como ocurre, se genera una expectativa muy alta y eso hace que las personas desistan antes de pensar en dejar el delito. Debemos ir acompañando y anticipándonos, guiando y haciéndoles tomar conciencia para que reconozcan el problema, los riesgos que trae a sus vidas, a sus familias, a sus hijos. Es un proceso muy personalizado, pero muy necesario de ir llevando. Incluso el hablar de esto en los colegios, en los barrios. Eso nos prepara a todos.
Cuando no se acepta la realidad de la manera como ocurre, se genera una expectativa muy alta y eso hace que las personas desistan antes de pensar en dejar el delito.
— Es una relación este asunto, porque cuando hablamos de reinserción, queremos decir que hay alguien que está afuera que se inserta, y por lo tanto hay un grupo que acoge, o debería acoger. Pero pensando en la sociedad, en concreto en la puertomontina, u la osornina, ¿hay actitudes que tendríamos que revisar como sociedad para que estas personas puedan efectivamente reinsertarse? Porque a veces uno les achaca a ellos/as que tienen que cambiar, adecuarse, ¿pero tal vez hay cosas que hacemos nosotros que les dificulta el proceso?
Esto es muy importante porque se trata de devolver la pelota hacia uno mismo, “¿qué hago yo?”. Efectivamente, hay actitudes, estilos de pensamiento, o ciertas narrativas que no contribuyen a la reinserción. Tiene que ver, principalmente, con el juicio. Porque es mucho más fácil enjuiciar cuando hay una base concreta: si cierta persona tiene antecedentes, el juicio emerge rápidamente, sin dar espacio a las preguntas “¿qué pasó?, ¿cómo estás tú después de esto?, ¿qué proyecciones tienes?”, etcétera. El juicio es lo primero, y va muy de la mano con el estigma, y se va discriminando a la persona. Se cierran puertas. El acto de confianza es algo que cuesta. Y también está la mirada comprensiva que pocas veces tenemos. Deberíamos pensar ¿qué hace que alguien llegue a la cárcel? ¿Qué es lo previo que vivió esa persona? Cuando nos fijamos en lo previo, en las vulnerabilidades mencionadas antes, se puede atacar la causa. Si notáramos que, por ejemplo, acá en Puerto Montt, un porcentaje “x” de las personas que llegan a la cárcel son de “x” zona, “x” barrio, entonces podríamos ir a ese barrio y articularnos como sociedad para mejorar las condiciones de vida y evitar que determinado barrio siga “alimentando” a la cárcel con personas. Preocuparnos de temas como la educación: ¿están accediendo todos a la educación?, ¿están desistiendo?, ¿qué le estamos dando a los hijos de las personas que están presas?, ¿cómo los acompañamos para evitar que sigan la trayectoria de sus padres? Cuesta tener tanto una mirada comprensiva como no enjuiciar, por esos sentimientos que decía, de rabia, de impotencia, que son totalmente válidos, pero que muchas veces nos nublan y no nos permiten avanzar para dar oportunidades.
— Y en ese sentido, el trabajar en Puerto Montt, trabajar en regiones… ¿Ven diferencias? ¿Qué diferencias hay con Santiago?
Hay hartas diferencias, en varios planos. Las cárceles mismas suelen todas estar construidas desde una lógica de infraestructura general que se aplica desde Arica a Punta Arenas. Y eso acá se complica por el clima: hay mayor nivel de humedad, o las cárceles se inundan a veces. No están hechas considerando esos factores, que no son menores, porque acá el frío es mucho. Y también se ve un cierto “atraso” en culturas de voluntariado, que consideramos que faltan. Eso se ve mucho en Santiago, es muy radical la diferencia con las regiones. Esas culturas que allá están más asentadas, porque hay más fundaciones, más temas que se trabajan en Santiago, muchas problemáticas se concentran allí. Aquí recién hace cinco años hay una fundación que trabaja esta materia. Hemos tenido que ir creando una cultura de vinculación con Gendarmería regional para ir consolidando una relación de complementarnos mutuamente. En Santiago el “Espacio Mandela” está bien asentado dentro de las cárceles hace muchos años; “Mujer, levántate” lo mismo, hace doce años que trabajan, y ya tienen convenios, una dinámica de relaciones, etcétera, y cuentan también con la sociedad civil que los apoya. Acá estamos partiendo.
— ¿Y el rol del Estado? Siempre ha habido una deuda en este tema. ¿Cómo está esa deuda hoy?
La principal deuda es que no existe una política pública que se dirija hacia la reinserción social. Esta únicamente se considera como una “patita” dentro de las funciones de Gendarmería, pero no existe un lineamiento de cómo esto se puede vincular con la sociedad civil por medio de licitaciones de programas que aborden a las distintas subpoblaciones dentro de la población penal. Gendarmería se debe hacer cargo de dos funciones muy potentes: el resguardo de la condena y la reinserción social, y la institución no da abasto, menos si no tiene una política pública detrás que esté consolidada, que dé lineamientos más claros, proyecciones.
No existe una política pública que se dirija hacia la reinserción social. Esta únicamente se considera como una “patita” dentro de las funciones de Gendarmería.
— Naciones Unidas ha denunciado que las personas de privadas de libertad sufren una vulneración de derechos importante. ¿En la región tú ves que eso se está dando?
Es muy difícil que no se dé. Diría que no hay región en la que no se dé. Lo podemos llevar incluso a eso que mencionaba, el hecho de que una persona no acceda a ofertas en reinserción, que no tenga nada para lo cual disponer su tiempo. Imagínense doce horas del día en que no tienes nada qué hacer, porque no te van a sacar del módulo por salir a pasear. Eso ya es una vulneración. El que ciertas personas puedan acceder a educación y otras no, también es una vulneración. Claro, es menos “terrible” que una vulneración de derechos más explícita, como golpes o situaciones así. Los castigos se dan mucho. El principal castigo en Chile, cuando una persona se porta mal, es cortar las visitas, y ahí se vulnera el vínculo que la persona tiene con su familia, cuando muchas veces es el motor para dejar el delito. El aislamiento, dejarlos en celdas que están en pasillos totalmente a la intemperie, sin sus prendas de vestir… se ve una serie de vulneraciones que, lamentablemente, son parte del día a día.
— La cárcel busca algún modo de reeducación de las personas, pero es un modelo de reeducación bastante primitivo. ¿Ves otros modelos, tal vez de otros lugares, de reeducación de personas que han delinquido?
No tengo un modelo en especial para destacar. Hay países como Noruega que tienen tasas de encarcelación bajas. El número de personas que llega a las cárceles es muy acotado, ya que la cárcel se evita lo más posible. Y con grupos más pequeños, el abordaje es mejor y se asegura una buena oferta interventiva en temas como educación o trabajo. Eso diría que es lo principal, y también lo previo: tomar los casos desde el minuto uno, desde ese pequeño delito que cometieron, para lo que existen programas en el medio libre con los cuales van insertando a las personas y evitando que sigan la trayectoria del delito. Logran anticiparse. Nosotros tenemos una sobrepoblación —lo dijo el ministro Cordero a principio de año y esa situación no ha cambiado— que solamente propicia violencia, hacinamiento, rencillas que van en desmedro de la reeducación. Nuestro enfoque, como fundación, es que todo puede ser fruto de un aprendizaje terapéutico, un aprendizaje de vida, un aprendizaje que genera ese cambio. Pero eso hay que saber guiarlo. Cuando más se aprende de manera personal, se cometen errores, pero ese aprendizaje funciona cuando te ayudan a guiarlo, cuando hay alguien que te apoya, y eso no se logra si solo aplicamos la mirada punitiva.
— Un tema que hay que tocar: las fundaciones. ¿Cómo los ha golpeado?
Ha sido muy complejo. Pero es importante hablar de esto. A aquellas fundaciones que no tenemos absolutamente nada que ver con lo que está pasando, nos ha dañado muchísimo, porque las personas, la sociedad ha perdido confianza en las fundaciones. Es inevitable que en estos casos se meta a todos en un saco, pero en realidad el porcentaje de fundaciones que está involucrada es bajo. Existen muchas fundaciones, organizaciones, etcétera, y son muy pocas las que reciben asignaciones directas. El problema está en que esas asignaciones directas no tenían una buena regulación, como sí lo tienen los fondos concursales, donde existen bases, periodos de postulación, de consulta, de admisibilidad, comités de evaluación, etcétera; está todo mucho más estandarizado. En cambio, una asignación directa es un tú a tú que da espacio a estos conflictos de intereses, y dio espacio, lamentablemente, a que se crearan fundaciones con un fin perverso y no con el fin que llama a toda fundación de base, el aportar a un país mejor, a una sociedad mejor. Se nos cierran puertas de gente que colabore, apoye, financie, done. Es triste porque inevitablemente va a generar un quiebre en la sociedad. Y el punto clave es que las fundaciones nos hemos hecho cargo de aquello a lo que no alcanza a llegar el Estado. Hemos contribuido a solventar necesidades básicas, también hemos levantado políticas públicas. Reponernos de esto, volver a mostrar el impacto que tenemos en nuestro país, va a ser algo de largo aliento, inevitablemente. Pero se tiene que esclarecer esta situación. Se tiene que hacer una limpieza, una reparación.
—¿Te gustaría dejar algún mensaje, algo que quisieras compartir?
El mensaje final sería reafirmar esto: hay que enjuiciar más el acto que a la persona, porque si enjuiciamos a la persona, no le estamos dando la oportunidad de cambiar. Y en esa reflexión, la invitación también es a cómo cada uno, desde donde esté parado, desde donde se desempeñe laboral, educacionalmente, puede aportar en esta materia, sea donando o siendo voluntario, sea incluso hablando del tema, llevándolo a la sobremesa, porque que es muy importante conversar estas cosas.
* El texto presentado es una edición de la conversación que se presenta en el siguiente video (los breves cortes de deben problemas de la conexión en el momento de la entrevista).
Imágenes: Fundación Kalén.