Vicente Bianchi, prolífico y versátil

El Premio Nacional de Música 2016 con su vasta carrera artística abrió una puerta para el reconocimiento oficial de los músicos populares chilenos, demostrando que este género también cuenta con un virtuosismo que a todas luces debe ser distinguido.

El pasado 24 de septiembre, a los 98 años, el premiado músico, pianista, compositor, arreglista y director de orquesta chileno, Vicente Bianchi, dejó de existir en su casa de la comuna de La Reina. Tal vez las nuevas generaciones hasta entonces poco habían escuchado su nombre, pero de seguro sí oyeron sus clásicas tonadas que armonizan hasta hoy los más diversos ámbitos de la escena popular nacional.

Animador de la actividad musical chilena y crítico de la globalización, Bianchi es recordado como uno de los grandes compositores nacionales de los años cuarenta y cincuenta, que orquestó la historia de Chile, los ritos sagrados, el territorio nacional y su geografía, uniendo la instrumentación de la música académica, con las estructuras y melodías del folclor chileno.

Cuenta con más de ciento cincuenta obras escritas, entre las que destacan canciones religiosas, villancicos, marchas y tonadas. Su trabajo alcanzó desde composiciones para versos de la poesía nacional, hasta arreglos para clásicos del teatro, como La Pérgola de las flores, e incluso para himnos de clubes deportivos.

Bianchi fue impulsor de la música en vivo de la radio, y encantó con su orquesta a la naciente escena de las primeras emisoras nacionales: Agricultura, Corporación, Minería y Cooperativa, donde grabó boleros con Sonia y Myriam, Lucho Gatica y Los Huasos Quincheros. Incursionó también en el cine nacional, en películas como Amanecer de esperanzas (1941), de Miguel Frank, y más tarde la popular Ayúdeme usted, compadre (1968), de Germán Becker, uno de los films más vistos por los chilenos.

Durante su trayectoria, colaboró con destacados cantautores, como Pedro Messone y Patricio Manns, y dirigió diversas agrupaciones, como el Coro Chile Canta y Espectáculo en los años 1970, y el Coro de la Universidad de Santiago de Chile, entre 1989 y 1992. Sin embargo, y a pesar de su desempeño en tantas áreas, Bianchi en vida siempre lamentó no haber podido concretar uno de sus deseos: trabajar con Violeta Parra, con quien conversó para «hacer algo juntos», poco antes de que la cantautora muriera en 1967.

SU APORTE A LA MÚSICA

Aunque el compositor hizo gran parte de su carrera dirigiendo orquestas radiales, uno de sus emblemas musicales es sin duda la dupla con Pablo Neruda. Incluso antes que Los Jaivas, el virtuoso músico ya había puesto acordes en los versos del poeta. El acierto nació mientras trabajaba en Radio El Sol de Perú, cuando un amigo le pidió musicalizar uno de los poemas del Canto general (1950). De regreso a Chile, Bianchi trajo con él su famosa obra Tonadas de Manuel Rodríguez (1955), que logró impresionar al mismísimo Premio Nobel. Según Bianchi, este fue el inicio de un fecundo trabajo conjunto, que dio vida a la serie Música para la historia de Chile, compuesta por «Canto a Bernardo O’Higgins», «Romance de los Carrera» y «A la bandera chilena»; esta última obtuvo en 1973 el segundo lugar en el Festival de la canción de Viña del Mar.

Bianchi también musicalizó obras de Neruda contenidas en los Cien sonetos de amor, y veinticinco años después de la muerte del poeta, compuso la obra La noche de Chillán, basada en los últimos versos que el escritor le habría entregado. Esa obra resultó ganadora en 1998 de la competencia folclórica del mismo certamen viñamarino.

Pero la versatilidad de Bianchi alcanzó otro particular escenario. Uno de los hitos de su carrera es la incursión en el repertorio religioso que hizo en 1964 tras el Concilio Vaticano II, que permitía el canto y celebración de las ceremonias en el idioma de cada país. Con su Misa a la chilena (1965), el compositor instaló melodías mapuches, cantos corales y sonidos andinos en las iglesias de todo Chile. Su éxito fue tal que el mismo cardenal Raúl Silva Henríquez encargó a Bianchi la creación del Te Deum a la chilena, estrenado en 1970. Este trabajo forma hasta hoy parte de la memoria colectiva nacional, junto a otras obras como el Ave María, el Magnificat, y variados villancicos.

LA DUALIDAD DE BIANCHI

Nacido el 27 de enero de 1920, Francisco Vicente Germán Bianchi Alarcón, el mayor de cinco hermanos, vivió impregnado de música desde pequeño. Animado por su madre, Blanca Alarcón, comenzó a tocar el piano de cola desde los 6 años de edad con profesores particulares, y con solo 11 años ingresó al Conservatorio Nacional de la Universidad de Chile. Fue ahí donde tiempo después recibió el título de licenciado en Ciencias y Artes Musicales, mención Composición.

Pero desde pequeño su veta musical tomaba al mismo tiempo un camino paralelo a la academia. En 1930 inició su incursión en la radio, integrando el programa infantil «El abuelito Luis» de la desaparecida radio Otto Becar, donde fue parte de una virtuosa orquesta de niños de su edad, con la que hizo sus primeras giras por Chile entre los años 1932 y 1937.

A los 17 años, el músico inicia su entrada en la radio Agricultura, donde forma su primer octeto profesional, improvisa piezas de piano y crea las primeras orquestas radiales. En esta época, ya a sus 20 años, se consolida como pianista acompañante y arreglador, y ensaya composiciones de lo que él llamó «fantasías orquestadas, tonadas rítmicas y variaciones con aires de cueca». Bianchi lentamente comenzaba a tomar gusto por la música chilena y el folclore.

Con solo 23 años, el joven prodigio es contratado por la destacada radio El Mundo, de Buenos Aires, que contaba con una orquesta de catorce instrumentistas, de quienes fue director. En 1949 regresa a Chile y es contratado por radio Minería para hacerse cargo de un conjunto de treinta músicos. En 1951 viaja por cuatro años hasta Lima, para realizar programas estelares y dirigir la orquesta de la afamada radio El Sol. Allí conocería a la cantante Hely Murúa, su compañera de vida por más de cincuenta años.

A pesar de la erudita formación en el Conservatorio, el mismo Bianchi siempre destacó que lo que realmente le gustaba «era la orquestación y la dirección de grupos». De sus conjuntos nacieron grandes figuras populares, como el conocido Valentín Trujillo y el percusionista Arturo Giolito, quienes lograron trascender a las orquestas de célebres programas de televisión.

Con todo, el prolífico maestro permaneció activo hasta el final de sus días. Incluso, el mismo año en el que muere, lanzó su último disco llamado Bianchi inédito, con registros sinfónicos de obras de la música folclórica, interpretados por la Orquesta de Cámara de Chile.

EL CONTROVERTIDO PREMIO

Durante su vida, Vicente Bianchi obtuvo varios reconocimientos, como el Premio Nacional del Folclore (1996), la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral (2002) otorgado por el Ministerio de Educación, el Premio a lo chileno (2004), y el premio APES a la trayectoria (2008).

Sin embargo, uno de los galardones más anhelados por el orquestador, tardó años en llegar: tras diecisiete postulaciones, fue solo en el año 2016 que por fin Bianchi pudo obtener el Premio Nacional de Artes Musicales, honor otorgado exclusivamente a músicos doctos chilenos —aunque hasta ese momento contaba con una excepción: la folclorista Margot Loyola—. Algunos dicen que el compositor obtuvo el premio por cansancio, gracias a su carácter fuerte y tozudo; otros, que el maestro lo merecía hacía mucho y que este fue un acto reivindicativo. Si bien Bianchi tenía su propia teoría, relacionada con su criticada participación en un acto por la «reconstrucción» después del Golpe militar, y con su trabajo como director del Centro Cultural de La Reina en plena dictadura, hay quienes justifican esta larga espera con una precisión académica.

El musicólogo y director del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado, Juan Pablo González, comenta que la demora en la entrega del reconocimiento para Bianchi se explica en una clara razón: el Premio Nacional, creado en 1945, buscó destacar particularmente a la música docta, en una época donde resultaba poco probable que un compositor con la trayectoria de Vicente Bianchi fuera considerado un par de quienes se formaron en el Conservatorio.

Entonces, ¿Bianchi no es considerado un músico docto?

Bianchi no tiene relación con la música clásica. Lo que ocurre es que en la década de los años ’40 las canciones y la música popular se hacía con orquesta, y como Bianchi trabajó con estas y las dirigió, los medios de comunicación lo relacionan con este género docto.

¿Y lo que se ha dicho de él tras su muerte, en relación a que mezcló de forma virtuosa la música docta con la popular?

Es ignorancia absoluta. Vicente Bianchi es un músico popular. Pertenece a otro género en el que, claro, sí fue muy virtuoso.

¿Y cuál es entonces el estilo de Bianchi?

El estilo de Bianchi está dentro de lo que los norteamericanos llaman easy-listening, es decir, melodías orquestadas que son agradables y suenan bien. Él es el gran impulsor de la música de la radio y el último vínculo con una época de cantantes con orquesta, fantasistas al piano, música incidental, y películas con bandas sonoras orquestadas, que intentó internacionalizar la música chilena en una época donde eso era muy difícil.

¿Es una figura más bien nostálgica?

Hoy Bianchi es una figura histórica. Su impacto lo produce con su trabajo en los años cuarenta y cincuenta. Ahí aparece la Tonada a Manuel Rodríguez y después la Misa a la chilena. Esos fueron sus grandes aportes, y en ese momento debería haber recibido el Premio Nacional, pero era imposible porque estaba clarísimo que la condición para recibirlo era ser un músico docto. Bianchi, además, lleva la orquesta radial a un gran sitial, y ese trabajo requiere un oficio muy particular.

Juan Pablo González destaca que el compositor chileno, al recibir el Premio Nacional —aunque de forma tardía—, abrió una puerta para el reconocimiento oficial de los músicos populares chilenos, y demostró que este género también cuenta con un virtuosismo que a todas luces debe ser distinguido. MSJ

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 674, noviembre 2018.

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