Volvamos al Evangelio y al pobre pueblo

La santidad no está lejos de nuestro alcance, sino que es un deseo muy enraizado en lo más íntimo de nuestro corazón.

El pasado sábado 22 de enero de 2022 celebramos la beatificación del P. Rutilio Grande sj, un hijo más de la mínima Compañía de Jesús y del pueblo de El Salvador, asesinado el 12 de marzo de 1977 junto con los laicos Manuel y Nelson, por “odio a la fe” mientras iban de camino de Aguilares al Paisnal a la celebración de la Misa. El cuerpo del Padre Rutilio fue hallado con 18 impactos de bala. No quisiera dejar pasar desapercibida esta fecha. No quisiera que el polvo del olvido la cubra, ni la fugaz emoción de la bella celebración la desvanezca. Así, no pretendo poner de manifiesto en este artículo todos los pormenores y datos biográficos de este gran jesuita que en vida se supo frágil y se reconoció “pecador; sin embargo, llamado” y amado. Con este texto intento, únicamente, hacer un sencillo altar de palabras en memoria de este hombre que nos ha mostrado que la santidad no está lejos de nuestro alcance, sino que es un deseo muy enraizado en lo más íntimo de nuestro corazón.

El Padre Tilio, como cariñosamente lo llamaban sus paisanos del Paisnal y los humildes campesinos de la parroquia de Aguilares, fue un hombre sencillo, de origen humilde, de aguda sensibilidad y de auténtica compasión para con los más empobrecidos. Rutilio Grande no era para nada ingenuo, sino un jesuita audaz, con esa perspicacia profética que solo nos puede venir del Evangelio. Como un profeta que clama en el desierto, se atrevió a poner el dedo en la llaga ante los poderosos, diciéndoles en una memorable homilía en la Catedral Metropolitana de San Salvador un 6 de agosto de 1970, que “hay que hacer dolorosas confesiones. ¡Muchos bautizados en nuestro país no han comulgado todavía los postulados del Evangelio, que exigen una transfiguración y, por tanto, ellos mismos no están transfigurados en su mente y en su corazón y ponen un dique de egoísmo al mensaje de Jesús salvador, y a la voz exigente de los testigos oficiales de Cristo en medio de su Iglesia, el Papa y los obispos! ¿Y qué decir del resto inmenso de nuestra población, la gran mayoría formada por todos nuestros campesinos? Esa gran mayoría, ¿está plenamente transfigurada, en esta tierra nuestra de bautizados?”.

Desde entonces a la fecha no han cambiado mucho las cosas. En nuestros países latinoamericanos, habitados por hombres y mujeres bautizados, seguimos viviendo violentas desigualdades económicas, crueles injusticias sociales y escandalosas corruptelas de nuestros gobiernos que claman al cielo. Hay que decirlo con todas sus letras, nos llamamos cristianos, pero tenemos la fe puesta en “los dioses del poder y del dinero, que se oponen a que haya transfiguración”. Como decía el elocuente Padre Rutilio: [Muchos prefieren] “a un Cristo mudo […] Un Cristo con bozal, fabricado a nuestro antojo y según nuestros mezquinos intereses. Ese no es el Cristo del Evangelio”. Sería bueno examinarnos y preguntarnos honestamente en cuál Jesús creemos: ¿en el Jesús de la estampita, de ojos azules y ricitos de oro?, o ¿en Jesús de Nazaret, pobre y humilde, aquel hijo del carpintero llamado José? Ojalá que la respuesta, si es sincera, no nos deje enmudecidos ante nuestra falta de fraternidad con tantos pobres que a diario vemos pasar con absoluta indiferencia y no somos capaces de detenernos ante sus necesidades más acuciantes; pues, como diría Rutilio: “El hombre no solamente es alma; si así fuera, dejaría de ser hombre. Ni tampoco es solo cuerpo, porque así mismo dejaría de ser hombre. Es un compuesto integral, inseparable: alma y cuerpo. Y Cristo salvador vino a salvar a todo hombre, para transfigurarlo en todo sentido, en un hombre nuevo, auténticamente libre de toda situación de pecado y de miseria, capaz de autodeterminarse y de gozar de todas las prerrogativas de hijo de Dios, conquistadas por el triunfo de la resurrección de Cristo”.

Nuestro beato decía que el Evangelio es dulce y audaz a la vez; es suave y áspero, es “bienaventuranza; pero también es maldición, “apartaos de mí malditos, los que no vivisteis con amor” (Mt 25, 41). El Evangelio de Jesucristo es ante todo vida plena, “el ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Por eso, impulsado por el amor a Cristo encarnado en el pueblo pobre y sencillo, en el pueblo santo y fiel de Dios, el Padre Tilio nos propone la desafiante audacia de volver al Evangelio que nos llevará toda la vida: “Volvamos al Evangelio, volvamos al pobre pueblo, allí se nos aclara cuando se mira turbio el horizonte de nuestro caminar”.

Señor Jesús, amigo y compañero nuestro, enséñanos tu modo de proceder, danos los sentimientos de tu corazón, permítenos volver a tu Evangelio y de veras creer en Ti. Que cuando se nos ponga turbio el horizonte, sepamos volver a tu pequeño, pobre y amado pueblo fiel. Te lo pedimos por la intercesión del Padre Rutilio Grande, hermano nuestro. Amén. MSJ

Epílogo: La Compañía de Jesús cuenta con 53 santos jesuitas (34 de ellos mártires), 153 beatos jesuitas (145 de ellos mártires). Además, en el camino hacia los altares se encuentran 10 “venerables” y 162 “siervos de Dios” (116 de ellos mártires). Todo, para el mayor servicio y alabanza de Su Divina Majestad.

¡Ad Maiorem Dei Gloriam!

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