El director del Centro para el catolicismo mundial y la teología intercultural de la Universidad DePaul utiliza el término “teopolítica” para superar la idea de que la teología y la política son dos cosas completamente separadas: “La salvación no es simplemente de otro mundo, sino que también es una restauración de este mundo”, señala desde Chicago este teólogo que vivió tres años en una población chilena en los últimos años del régimen militar.
Los títulos de varios de los libros del teólogo norteamericano Bill Cavanaugh dan cuenta de su trayecto vital: Tortura y Eucaristía, porque vivió en Chile en una población de Peñalolén entre 1987 y 1989; Ser consumido: Economía y deseo cristiano (2008), porque su adultez ha transitado sobre el auge del capitalismo; Hospital de campo: El compromiso de la Iglesia con un mundo herido (2016), inspirado en el papado de Francisco. Y otros de la especialidad por la que es reconocido en todo el mundo: la teología política. Conocedor de América Latina y especialmente de la Iglesia latinoamericana y chilena, respondió a esta entrevista en un perfecto castellano, evocando los años que vivió en este país.
—A partir de los años 60, y especialmente a través del CELAM, la Iglesia católica impactó fuertemente la reflexión social de América Latina y El Caribe, y tal vez nuestra Iglesia tuvo conciencia de nuestra peculiar identidad regional, incluso desde el punto de vista de la fe. ¿Cómo entiende usted ese impacto del CELAM en aquel tiempo, de Guerra Fría por el norte, y de revoluciones sociales por el sur?
Los documentos finales producidos por el CELAM en Medellín, en 1968, fueron notables en su crítica estructural del capitalismo y su visión de la pobreza como “violencia institucionalizada”. La pobreza, en otras palabras, no era solo “subdesarrollo”, sino opresión. El camino para el CELAM en la década de los 60 había sido preparado por las encíclicas sociales papales, la Acción Católica, el trabajo de Henri de Lubac sobre la naturaleza social del catolicismo, Paulo Freire y más. El espíritu de aquellos tiempos, era encontrar una solución a los problemas sociales en el Evangelio, mirar más allá del capitalismo y el comunismo para encontrar la clave de una vida social justa y pacífica en nuestra hermandad común bajo Dios. ¿A alguien se le ha ocurrido una idea mejor?
—Usted conoció de cerca nuestro proceso chileno y lo abordó en su libro Tortura y Eucaristía: Teología, política y el cuerpo de Cristo. ¿Qué podría decirnos de ese título, de ese libro y su experiencia con respecto al papel cumplido por la Iglesia chilena?
Mi experiencia, viviendo en una población de Peñalolén en Santiago, fue la inspiración para el libro. Estuve allí un poco más de dos años en los últimos años del régimen militar (1987-89), trabajando en un proyecto cooperativo de autoconstrucción de viviendas patrocinado por la Iglesia. Después de regresar a Estados Unidos, trabajé con los archivos de la Vicaría de la Solidaridad estudiando la práctica de la tortura bajo el régimen militar. Me interesaba en particular la tortura como estrategia social, una forma de atomizar e individualizar el cuerpo político, de crear el miedo necesario para disolver cuerpos sociales, como partidos y sindicatos. También me interesaron los esfuerzos de la Iglesia para resistir esa atomización, proporcionando espacios para que la gente se reuniera: ollas comunes, talleres de desempleados, grupos por los derechos humanos, cooperativas, etc. En el título de mi libro, “tortura” describe la desaparición de cuerpos sociales a través de la tortura de cuerpos individuales, y “eucaristía” describe la reaparición de cuerpos sociales a través de las acciones de cristianos y otros. En suma, el libro es una teología de la resistencia a la violencia estatal, tomando como ejemplo la experiencia de la Iglesia en Chile.
IGLESIA: NUEVO TIPO DE MARGINACIÓN
—Hoy, después de los graves casos de abuso sexual cometidos por miembros de la Iglesia chilena, se repite y constata que esta ha perdido influencia social. ¿Cómo debería entenderse la Iglesia en este momento? A qué alude el título de su libro Hospital de campo: El compromiso de la Iglesia con un mundo herido?
El segundo capítulo de Tortura y Eucaristía se titula “La Iglesia aprende cómo ser oprimida”. Describo cómo la Iglesia en Chile no estaba preparada para el régimen militar, porque durante mucho tiempo había dado por supuesto que disfrutaba de una relación de cooperación con el Estado: el Estado es el cuerpo y la Iglesia es el alma de la nación. La Iglesia tuvo que aprender a responder a su marginación y resistir al Estado. Hoy, la Iglesia tiene que aprender a responder a un nuevo tipo de marginación que se ha producido a través de su propio pecado. La Iglesia debe aprender ahora a vivir sin prestigio social. Debe aprender una humildad más profunda, una Vía Crucis que la acerque a los pobres y marginados. El Papa Francisco ha pedido que la Iglesia se considere un hospital de campaña, no una institución sólida como un hospital normal, sino móvil, lista para salir a los márgenes, al campo de batalla, para atender a los heridos. Solo puede ser así, si reconoce sus propias heridas y vive penitencialmente.
—Hay otro libro suyo que refleja muy bien lo que puede ser hoy nuestra sociedad: Ser consumido: Economía y deseo cristiano. En Chile vivimos un estallido social en 2019 que dejó al descubierto un nivel muy significativo de inequidad y desigualdad… ¿Qué puede decir al respecto, en relación a la tesis de su libro?
Recuerdo una valla publicitaria en Peñalolén cuando vivía allí en los años 80: “La libre empresa crea. Crea en la libre empresa”. Existe un tipo de fe o creencia en el mercado, sin evidencia, de que el mercado creará prosperidad para todos, si solo lo liberamos de la interferencia del gobierno. Pero permitir la libertad a los poderosos, aquellos con capital, resulta en una falta de libertad para aquellos que solo tienen su trabajo para vender. Un punto importante que sostengo en mi libro Ser Consumido es que no existe el “mercado libre” como tal. La verdadera pregunta es “¿cuándo es un mercado libre?”. Para determinar eso, debemos tener una definición de libertad más completa que simplemente la falta de interferencia. Debemos preguntarnos, con cada transacción, si contribuirá o no al florecimiento de todos los involucrados, incluida la tierra. Para determinar el verdadero florecimiento humano, necesitamos criterios teológicos, y debemos considerarnos unos a otros como miembros del mismo cuerpo, como en I Corintios 12, no simplemente como compradores y vendedores individuales.
EL ATAQUE A LO VERNÁCULO Y EL CAPITALISMO DE VIGILANCIA
—¿Cómo se entiende la teología política?
Utilizo la palabra “teopolítica” para tratar de superar la idea de que la teología y la política son dos cosas completamente separadas. Desde la Ilustración tendemos a pensar en la teología y la política como dos sustancias volátiles que eran ilegítimamente “mezcladas” hasta que la modernidad finalmente creó la paz al separarlas. No creo en esta “Gran Separación”, como la llama Mark Lilla. En cambio, creo que en la modernidad ha habido una migración de lo sagrado de la Iglesia al Estado y al mercado. Tanto el Estado como el mercado son ahora objeto de un culto idólatra. Al mismo tiempo, creo que la teología es siempre inherentemente a la política en el sentido amplio de la palabra “política”, es decir, que tiene que ver con la organización de los cuerpos en el espacio y el tiempo. En la medida en que la salvación no es simplemente de otro mundo, sino que también es una restauración de este mundo, no hay dos historias, una teológica y otra política; hay una sola historia de la acción de Dios para reparar los efectos del pecado en nuestras relaciones con Dios, con la tierra y entre nosotros.
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
¡Hay tanto de qué preocuparse en el momento presente que es difícil concentrarse en una sola cosa! Si tuviera que elegir una cosa, la resumiría como la “concentración de poder”. La noción de que el mundo se volvería más democrático se ha desvanecido en una especie de realidad pos-verdad en la que las personas son fácilmente manipuladas y están dispuestas a ceder su poder a los demagogos para salvarlas. Veo el desvanecimiento de la democracia como un síntoma de lo que Ivan Illich llamaba la “guerra contra la subsistencia”, los implacables intentos de corporaciones, gobiernos, escuelas, el establecimiento médico, organizaciones de desarrollo y otras instituciones para socavar la capacidad de las personas en comunidad para controlar sus propias vidas. El actual Movimiento Enclosure (cercamiento) de las últimas tierras comunales que quedan y los intentos de privatizar otros bienes comunes, como el agua y los materiales genéticos, son manifestaciones de este implacable ataque que Illich llamó “lo vernáculo”, es decir, la capacidad de las personas para administrar sus propias vidas en comunidades locales.
—¿Qué cree usted que pudiera hoy estar cambiando todo, para bien o para mal?
La ubicuidad de las pantallas y el surgimiento de lo que Shoshana Zuboff llama “capitalismo de vigilancia” (surveillance capitalism) ha tenido un efecto profundo en la forma en que nos relacionamos. Aunque hay beneficios, me sorprende la medida en que las personas pasan la vida mirando la palma de su mano. No se experimenta nada, a menos que se publique en las redes sociales. Las personas viven sus vidas en un espacio de visibilidad constante para los demás y seleccionan sus vidas para que las vean. Al mismo tiempo, las corporaciones recolectan nuestros datos y venden nuestros hábitos a los especialistas en marketing, quienes emplean varios tipos de modificación de comportamiento con fines de lucro. La recolección de nuestros datos es la última manifestación de acumulación primitiva o cercamiento; la experiencia humana es ahora la fuente de materia prima del capitalismo. Lo que hace que esta vigilancia y modificación del comportamiento sea tan difícil de criticar es que somos participantes más o menos dispuestos.
LA RIQUEZA DEL PENSAMIENTO POS-SECULAR
—¿Sobre qué es usted optimista?
Quiero empezar por distinguir entre el optimismo y la esperanza. El optimismo es la confianza en que las cosas se están mejorando. La esperanza es la convicción de que, aunque las cosas no mejoren a corto plazo, seguimos siendo hijos de un Dios bueno que al final redimirá todos los males. Veo muchas señales del amor de Dios en el mundo. Veo personas cada vez más dispuestas a nombrar las patologías del capitalismo corporativo y a promulgar alternativas como el movimiento de Comercio Justo y las formas locales de agricultura. La gente está cada vez más dispuesta a reconocer la crisis ambiental y la necesidad de límites. En la Iglesia, encuentro al Papa Francisco como una fuente constante de esperanza. Ha tratado de cambiar algunas de las patologías negativas de la Iglesia, como el clericalismo, y más positivamente nos ha estado llamando a la alegría del Evangelio. Nos recuerda que el acompañamiento del Cristo pobre es lo que necesitamos para transformar un mundo que sufre.
—¿Qué corrientes de pensamiento considera que están aportando otros interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?
Hay muchas corrientes de pensamiento interesantes, pero nombraré solo dos. Encuentro muy sugerente la proliferación del pensamiento “pos-secular”. Aunque toma diferentes formas, me interesa especialmente el trabajo genealógico que se ha realizado, que cuestiona la distinción entre lo religioso y lo secular. La distinción es una distinción occidental moderna y contingente, que no forma parte de la experiencia humana universal. El mundo no está dividido entre no creyentes que solo tienen hechos y creyentes que dan saltos de fe; todo el mundo cree en algo. Dime lo que crees, te diré lo que creo y luego tengamos una conversación. Esto ayuda a nivelar el campo de juego entre lo religioso y lo secular. También me interesa el pensamiento de René Girard. Aunque muchos de los detalles de su teoría de la violencia son discutibles, me atrae su idea central sobre la violencia y Cristo: los grupos de personas se unen contra los chivos expiatorios comunes. Cristo revela la injusticia detrás de tales sistemas sociales al identificar al chivo expiatorio con Dios. Encuentro que esta idea central es una de las mejores explicaciones de la relevancia del cristianismo en la actualidad.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI, que considere clave para el futuro?
Cuando se le pidió al novelista David Foster Wallace que diera el discurso de graduación en Kenyon College hace unos años, dijo algo como: “En la vida cotidiana, no hay ateos. Todo el mundo adora. La única opción que tenemos es qué adorar. Y la razón por la que querrás adorar a un Dios es que todo lo demás que adores te comerá vivo. Si adoras tu apariencia siempre te sentirás feo. Si adoras el dinero nunca tendrás suficiente”. Etcétera. Creo que ese es el mensaje que también me gustaría transmitir al mundo. Un mundo sin Dios es una perspectiva aterradora. Pero no cualquier dios servirá. Hay dioses que te comerán vivo. Lo que necesitamos es un Dios humilde, el Dios de Jesucristo, que toma su lugar junto a los pobres y los sufrientes de este mundo y, por lo tanto, nos da algo de esperanza. MSJ
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William T. Cavanaugh es profesor de estudios católicos y director del Centro para el catolicismo mundial y la teología intercultural de la Universidad DePaul. Es un teólogo especializado en teología política y eclesiología. Es autor de siete libros, entre ellos Tortura y Eucaristía (1998), El mito de la violencia religiosa (2009), Hospital de campo: El compromiso de la Iglesia con un mundo herido (2016).